Un sacristán, agudo y observador, le informó a su párroco que, en la iglesia, tenían un Cristo, al que él había apellidado "El Mudo", no por su incapacidad para hablar, sino porque sus devotos no se lo permitían.
Cristo está mudo, porque nosotros no le dejamos hablar. Nos parecemos bastante a los sacerdotes de Baal que gritaban porque pensaban que Baal estaba ocupado en sus negocios o dormido. Ante esta actitud, Jesús aconseja: "Al orar, no se pierdan en palabras, como hacen los paganos, creyendo que Dios los va a escuchar por hablar mucho. No sean como ellos, pues ya sabe su Padre lo que necesitan antes de que ustedes se lo pidan" (Mt 6, 7-8). Para orar con Dios, para encontrarle, "uno debe tener algo en común con Él. Algo que te dé ojos para ver; perceptividad para percibir" (A. Bloom). Dios escucha al amigo, no al que más habla y grita más.
Rezamos no para cambiar la voluntad de Dios, sino para que Él cambien la nuestra. Él quiere darnos la felicidad, mas nosotros no la aceptamos. Él quiere cambiarnos el corazón para que nosotros nos dispongamos a recibir sus dones.
Lo mismo que Jesús condenó la actitud de los palabreros al orar, de igual modo lo hizo con los hipócritas. "Cuando oren, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que los vea la gente. Les aseguro que ya han recibido su recompensa. Tú, cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en los secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará" (Mt 6,5-6).
Lo que cuenta, en algunas ocasiones, no es lo que se hace, sino el espíritu e intención con que se hace. No se debe dar limosna, ayunar, orar para que lo vea la gente, sino "en secreto", "con pureza de intención". Así lo hacían los hipócritas y los Maestros de la Ley, que gustaban de pasear lujosamente vestidos y con el pretexto de largar oraciones devoraban los bienes de las viudas . No había villanía peor que la de aprovecharse de una pobre viuda indefensa. Quien ora, sin embargo, debe ser sincero, abrir su corazón a Dios, quien "escruta los corazones" y no se deja engañar.
Dios habla a nuestro corazón, Dios habla en silencio, si nosotros le escuchamos.
"Dije al pobre: ¡Háblame de Dios! Y el pobre me ofreció su capa.
?Dije al amigo: ¡Háblame de Dios! Y el amigo me enseñó a amar.
? Dije al dolor: ¡Háblame de Dios! Y el dolor se transformó en agradecimiento.
? Dije a la mano: ¡Háblame de Dios! Y la mano se convirtió en servicio (Miguel Estradé).