OPINIóN
Actualizado 20/11/2015
Luis Frayle Delgado

La concordia y la discordia del género humano  de Juan Luis Vives en su primera parte es una antropología en la que el humanista hispano, exiliado en Brujas, estudia y describe los vicios congénitos del hombre, entre los que destaca la ambición de poder y dominio, que le llevan a promover la guerra y en consecuencia a crímenes atroces. Es una realidad muy presente en su tiempo, el siglo XVI, con guerras entre los reinos cristianos, incluido el Papado, y especialmente contra la invasión musulmana por varios flancos, especialmente contra el Imperio Otomano; una situación que tiene ciertas similitudes con el comienzo de nuestro siglo XXI. Esa ambición de poder la ejemplifica Vives con hechos de la historia de los "grandes hombres" de cuyas estatuas ecuestres está poblada la tierra. Elegimos la de Alejandro, al que se le dio el sobrenombre de Magno, el Grande. Una de sus estatuas, figura guerrera de hombre pegado a un caballo, la encontró Julio César en Cádiz. Nos dice Vives que Alejandro decía de sí mismo en frase lapidaria: He llegado guerreando hasta los confines de la tierra. Y nuestra humanista le corrige; Guerreando no; cometiendo latrocinios. Y podemos añadir: asolando los campos, destruyendo pueblos y ciudades y asesinando a sus habitantes. Y para completar, Vives cuenta que Julio César, que, todavía joven, había venido a Hispania a hacer la guerra contra Pompeyo, que el mismo nos dejó descrita, como corresponsal de sí mismo, en su obra La guerra civil, lloró ante la estatua "porque a su edad Alejandro ya había subyugado toda Asia y él todavía no había hecho nada memorable"; es decir no había dado una batalla con tal cantidad de muertos, que su fama hubiera llegado a los confines del mundo. Los hombres buscan el poder y la gloria, aunque sea con los atroces crímenes de la guerra. ¿Será ésta la condición humana?                                                                                                          

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