La inspiración de los compositores llega cuando uno menos se lo espera. Pero si hacemos un poco de memoria histórica, no hace falta ahondar mucho para darse cuenta de que algunos de los grandes compositores se inspiraban en sus propios traumas, o más bien, debido a sus traumas les llegaba una férrea bocanada de inspiración.
Mozart y Beethoven fueron ejemplo de ello, ambos habían vivido una vida para y por la música; el primero perdió su infancia por lograr ser uno de los compositores más precoces, lo que le llevó a un incompleto desarrollo emocional; y el segundo, se aisló a consecuencia de la frustración que le supuso su sordera progresiva, que comenzó a la temprana edad de 26 años.
El escritor Sthendal definió la enfermedad como "inventora de sensaciones" y Pio Baroja escribió que "sufrir es pensar". Teniendo esto como premisa y estudiando la vida de los compositores más geniales, se puede deducir que de sus vidas atormentadas sacaron sus mayores virtudes y consiguieron ayudar a otros, en este caso, a los oyentes, a encontrar sosiego para sus problemas.
Muchos otros compositores encontraron la inspiración en sus sueños, momento en el que el inconsciente hace de las suyas sacando matices e hilando conexiones entre las convicciones, los recuerdos y las experiencias, llevando al soñador a situaciones que en algunas ocasiones desconciertan.
Gustav Mahler lo experimentó cuando se encontraba en pleno proceso de composición de su 3ª Sinfonía, tenía problemas con un pasaje del que no salía satisfecho, pero según él <<una voz me llamó mientras dormía. ¿Era la de Beethoven?, ¿tal vez la de Wagner?, por la noche no frecuento tan malas compañías, ¿o sí? Y la voz me dijo: "deja que las trompas entren tres compases después". Sin poder creerlo me di cuenta que esa era la forma más maravillosamente simple de resolver el problema.>>
Y es que, hasta en una gota de café con leche que se desliza por el contorno de una magdalena se puede encontrar flotando la inspiración.