OPINIóN
Actualizado 15/11/2015
Quintín García

IX


Él me contagia ?lo juro
con la severidad de los testigos?,
desde el vacío, ebrio,
de las cosas y desde el sencillo
aleteo equilibrio de los pájaros,
de su Luz, que prende
nuevamente en mi carne
los rayos de su dardo: saber
que se puede hacer cumbre
con la piedra a la espalda
aunque sea
la vez cincuenta y ocho
que subimos la ladera, oh Sísifo,
derrotado en tu desesperanza.
Saber
que todo grano de maíz,
que todo grano
para nacer
ha de pudrirse.
Que siempre que llueve escampa.
Que esta espondilitis anquilosante
que me inclina a la tierra
hasta besarla
y me encarcela prematuramente
se compensa, se contrabalancea
con la tensión, erguida
y vertical como un suspiro,
de mi mirada hacia lo alto
de donde viene la luz
cada mañana hecha
torrente y dádiva, de donde
llegará la Luz.

Saber
que quizás la vida
no sea sino dejarse llenar
de amaneceres para luego dejarse
poseer pacientemente por el negro
velo de las muertes. He
ahí la ley.
Saber
que ésas son
las reglas de este juego
o Farsa que nos tiene
atrapados: amanecer y muerte.
(Para aprender, un día, a Amanecer.)
Aunque sea después de larga lucha
con un ángel que huye y se encubre
entre las sombras. Aunque quedemos
heridos en el talón, vencidos, por el solo
eco de su Nombre, sin el dulzor
defi nitivo de su Aura, como el viejo
Jacob en el comienzo
de las revelaciones.

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