OPINIóN
Actualizado 14/11/2015
Tomás González Blázquez

"No podemos hacer grandes cosas, pero sí cosas pequeñas con un gran amor" (Santa Teresa de Jesús)

Se desmontan las vitrinas y las antiguas ediciones y cartas vuelven a archivos y bibliotecas. Los relicarios retornan a las catedrales y clausuras. Las imágenes abandonan sus efímeras peanas y regresan a sus hornacinas de siempre. Es la hora de desinstalar el original altar de los "cuatro españoles y un santo", como bromean los italianos con la canonización de 1622. Se vacía la Basílica inconclusa que el Padre Cámara soñó para Santa Teresa en Alba de Tormes. Se pone el cierre a la última aventura de Las Edades del Hombre, compartida por Ávila y Alba, la cuna y el sepulcro de Teresa, la maestra de oración que al fin murió hija de la Iglesia, cuando era, más que nunca, tiempo de caminar.

 

Acaban Las Edades, finaliza el centenario teresiano, y no cambia demasiado la perspectiva sobre el devenir de la Basílica albense. El proyecto de conclusión planteado por la Diócesis de Salamanca en 2007 no contó con suficientes apoyos y hubo de ser interrumpido, pospuesto hasta mejor ocasión. Haber sido sede del último capítulo de la muestra, visitada por más de cuatrocientas mil personas, debiera suponer un impulso para las obras hoy detenidas. Evidentemente, la empresa excede las posibilidades de la Iglesia local salmantina, obligada a la conservación de tantos templos, en muchos casos urgente. El patrimonio eclesial, que en tantas ocasiones es el único de valor histórico y artístico en cada población, requiere recursos y esfuerzos de la Iglesia y de las instituciones civiles que lo esgrimen como reclamo turístico y cultural.

 

Llevar a término con brillantez la Basílica de Alba redundaría en ese atractivo, como ha ocurrido en los casos de la madrileña Catedral de la Almudena o la barcelonesa Sagrada Familia, que hasta vinieron los Papas del momento a dedicar sus altares. Lejos la Basílica de Alba de las resonancias políticas de esos dos proyectos, no es atrevido afirmar que las aventaja en el valor religioso, como santuario que complementaría el sepulcro de Santa Teresa, lugar de peregrinación a nivel mundial. Los millones de devotos de la Santa y la Iglesia española en su conjunto habrían de respaldar con sus donativos a una Iglesia local humilde que un día soñó con dedicar una Basílica a su patrona, cuyo sepulcro tiene el honor de custodiar. Esfuerzos pequeños, modestos, moderados, coherentes con las necesidades prioritarias, sometidas a la atención de los pobres, pero numerosos, universales, decididos, para que un día no lejano también venga un Papa a dedicar el altar de la Basílica de Santa Teresa en Alba de Tormes.

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