OPINIóN
Actualizado 14/11/2015
Manuel Lamas

Los troncos, agrupados en una parva, esperan el fuego. No verán más primaveras, esas pequeñas ramas que hacían más copiosas las copas de las encinas. Su corta edad la llevan escrita en sus entrañas; en el espacio circular que el limpio corte de la sierra ha dejado.

Pero, esos leños que no verán más el sol, crearán su propio calor; alimentarán el fuego del hogar. La familia, reunida en torno a las brasas, hablará de su tierra; de extensos pastizales, donde el ganado pace libremente mientras declina la tarde. 

El labrador, contará a los suyos las novedades del día. Les hablará de la marcha de la cosecha, de la incidencia del clima sobre los pastos. Les hará saber el estado de las hembras, pendientes de parir. También de las medidas a tomar cuando nazcan los terneros. Hay que protegerlos de los lobos que merodean por los alrededores amparados por la oscuridad.

El viejo ganadero, orgulloso de su tierra, busca en la memoria los paisajes de su infancia. Habla de esfuerzos, de hambre y de fatigas. No se olvida de los animales. De vacas que cuidan a sus terneros, y de ovejas que se pierden en la llanura buscando un bocado de hierva fresca.

Nos recuerda los bosques de encimas; árboles por excelencia de la dehesa salmantina. No son pocos los elogios que prodiga, recordando los paseos bajo sus frondosas copas. Todo es puro bajo el sol de Castilla, proclama.

Los campos de Salamanca son su hogar. Por ellos discurre su mente, bajo soles de atardecer y encinares que se pierden en la oscuridad cuando le sorprende la noche. Pero, conoce bien el camino; también su mastín. Con el que conversa como si de una persona se tratara. No hay equívoco entre los dos, capta su mensaje con rapidez y con raudos movimientos cumple lo que le ordena.

Cuanto se aprende en el templo de la naturaleza, donde todo es armonía. En ese ámbito, no hay pecado que no se ponga al descubierto porque, hasta el alma se hace transparente, cuando es interpelada por la conciencia. Es magistral la lección que nos ofrece. No hay apartados reservados ni letra pequeña que esconda lo más comprometido. Todo es diáfano, libre, auténtico y equilibrado.

No, no me he olvidado del labrador que, frente a la chimenea, se mueve con dificultad. Es tarde, y está muy cansado.  No recuerda si estuvo hablando con los suyos o si ha soñado tan bellos recuerdos.

Ciertamente, se quedo dormido. La esposa, administradora del hogar, le recuerda la hora de ir a descansar. Mañana habrá que madrugar y todo lo de ayer volverá a repetirse. Forma parte de la vida; se trata de un ciclo que no termina, porque unas cosas se alimenten de otras.

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