OPINIóN
Actualizado 12/11/2015
Toño Blázquez

Caminando y respirando, caminando y respirando. Cuando estas dos cosas se hacen en la Honfría el mundo y sus alrededores tienen otra dimensión. Los caminos, anchos y secos bordan  helechos, altísimos robles, pinos, nogales y castaños de todo jaez, centenarios y más para acá en el tiempo. Miré hacia abajo en un hondón profundo y casi me caigo. Agarré un palo largo, de sinuosas vetas en su piel mordida y hosca?y me sostuvo firme y derecho. Digamos que me salvó de una buena tunda ladera abajo. Tenía una grieta en un extremo que, sin embargo, facilitaba su acople en la mano, una grieta nacida a modo: la naturaleza es sabia y previsora. En todo el camino de este otoño entreverado de estío ya el palo no me abandonó. Encarbaba el musgo luminoso del calzoncillo del ancho robledón?un poquito solo, para hacerle sangrar un pelín?curioso que es uno. O golpeaba la vestimenta de pinchitos de las castañas para ?abierto el cofre- robar el tesoro. En un angosto recoveco del sendero, el palo me abrió camino en una fruncida densidad de monte bajo y lechoso.

 Y ya de vuelta, vencida la tortilla, el palo tensó el músculo de mi brazo derecho para señalar el sol sin fuerza hundiéndose melancólicamente en el horizonte. Luego lo dejé en un colchoncito de helechos suaves?para que durmiera, si es que los palos duermen.

 

(NOTA: La verdad es que no me lo llevé porque no me cabía en el coche que si no?)

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