OPINIóN
Actualizado 10/11/2015
Francisco Delgado

Las orillas del Tormes, a su paso por Salamanca, son como esas obras bellas que todo el mundo quiere tener y tocar. Durante siglos han estado abandonadas a los avatares del clima y de las estaciones, pero en las últimas décadas se están convirtiendo en objeto de explotación.

El recién llegado pasea por sus orillas, atraviesa el Puente Romano y se encuentra con parques infantiles, campos de deportes, paseos para ciclistas, paseos para peatones, con muchos metros cuadrados de orilla domesticada: la naturaleza ha desaparecido, la han urbanizado. Estas obras a las orillas del río no serían una locura si tuvieran sus límites. Pero el recién llegado observa que siguen y siguen y siguen?metiendo máquinas y cemento a todo lo largo de las orillas situadas a la izquierda del Zurguén. ¿Qué quiere hacer el ayuntamiento salmantino? ¿Cuál es el objetivo de esa imparable y ávida destrucción de la naturaleza? ¿Limpiarla, como dicen algunos? No, porque muchos rincones del río, el mismo riachuelo, siguen sucios, años y años. Se limpia aquello que existe y no está limpio. Pero si deja de existir ya no se puede limpiar. Sólo se puede añorar.

El recién llegado añora las orillas del Tormes de su infancia; llenas de vida, de vegetación, de ranas, de nidos de pájaros, de peces, de aguas limpias. Lo único que ahora se extiende ante su vista es una postal repetida: el río con menos caudal, las altas torres de las Catedrales, los puentes, los coches, los caminos de asfalto; si el ayuntamiento sigue esa labor, no urbanizadora sino devastadora, pronto no habrá ni una hormiga, ni un grajo, ni una carpa en todo el río; las orillas del Tormes se habrán convertido en insulsos "parques" sin imaginación, desiertos, pues son excesivamente amplios para la población salmantina que vive en el sur de la ciudad, y más excesivos para los visitantes, que, obviamente no llegan hasta allí, pues esas orillas están ya fuera del recorrido turístico.

¿Para qué se quiere urbanizar el campo? ¿Para alejarlo aún más de la vida cotidiana de unos ciudadanos encerrados entre edificios?

Dejemos ya en paz la naturaleza y si queremos hacer más agradable la vida en las ciudades, llevemos el campo a la ciudad. Esa es la lección urbanística y de medio ambiente que las más bellas y mejor conservadas ciudades europeas nos dan. No pretendamos, a base de meter  máquinas en los campos, encontrar la piedra filosofal.

Y si alguien busca dinero, que se dirija a los bancos. Allí está. No en las orillas de los ríos.   

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