No de esos que tienen pasta, euros, digamos, sino los que sirven de asiento al cansado andarín de plazas y callejuelas; están situados en la calle Pozo Amarillo, cuasi peatonal y muy tranquila ahora en las mañanas y en la tardes, también de madrugada. Cuando diseñaron la media peatonalización de la vía donde san Juan de Sahagún realizó uno de sus milagros, al diseñador, arquitecto o lo que fuere se le ocurrió darle un toque de verdor adosando en la mitad de los bancos un arbolito.
El tiempo caluroso y después helado, la sequedad del ambiente y la mano del gamberro de turno, tan abundante en las largas noches de movida, han dado como resultado esta aspecto: miniatura del tierno palitroque que ansiaba prosperar, cuando no su desaparición total. Esta ciudad es tan hermosa que no necesita inventos, sólo un alcorque en condiciones sobre el frío granito y a regarlos de cuando en vez.