OPINIóN
Actualizado 07/11/2015
Ángel de Arriba Sánchez

De pronto, como si un remolino hubiera echado raíces en el centro del pueblo, llegó la compañía bananera perseguida por la hojarasca.

                                                                                LA HOJARASCA, Gabriel García Márquez

 

Todo luce ensimismado dejando hacer  al otoño, ese inspirado  decorador de exteriores municipal. 

El tranquilo instante tiene el unte de gracia de la estación: la ciudad enseña el reiterado perfil de la que se sabe guapa, la catedral muestra su larga pierna torreada, la mejilla del cielo su rubor turquesa; los árboles del río van dorando su sonrisa, y el aire agita pañuelos de seda en nuestra cara...

Sí, es una estampa de calma chicha.

Sin embargo, los diales corren agitados e informan de la acción del gran rodillo de la justicia, y los boletines dan cuenta de grandes berreas por las frondas de la política.

Recientemente se reabría la veda cinegética de la abundante especie de SobreCogedores  públicos en nuestros cotos. Más de 50 detenidos, entre ellos 6 alcaldes, un presidente de diputación, empresarios y otras piezas de caza menor. Todos ellos se unen en los pabellones judiciales a otros trofeos mayores: un deshonorable president y de fortuna poco general, un innoble deportista que cambió el balón de su mano por los billetes de 500, un banquero aterciopelado que nos ha salido con la vieja caspa del siseo; un ex director poco rectoral del Fondo -sin fondo- Monetario Internacional, una folklórica que no quiere cantar?

 Y  las cornetas anuncian que seguirá la montería.

Nadie sospechaba esta otoñada, pocos hubieran adivinado la calvochada, ni que en el humus de las arcas comunales había tantas setas venenosas, ni que caerían tan grandes hojas secas por los rotativos.

¿O sí?...

Ahora a todos les entra la prisa por desecar hongos de sus listas, de podar las tupidas hiedras trepadoras de sus fachadas, y como en aquella canción de los sesenta,  de barrer de sus casas la repentina y feroz  hojarasca. 

Y es que, se entiende, en las compañías bananeras de recolección de votos nadie sabía dónde estaba la escoba.

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