OPINIóN
Actualizado 06/11/2015
Eutimio Cuesta

A pesar de la implantación de las industrias chacineras, todavía, en nuestros pueblos, se mantiene la costumbre de celebrar la matanza familiar; no con la vitola de fiesta como antaño, en que la matanza del cerdo era un acontecimiento deseado y reunía toda la familia en torno de aquellas lumbres bien alimentadas de palos de encina, y coronadas por aquellas gigantes calderas de cobre, que servían para calentar el agua con la que se lavaban las tripas y canales y se ablandaban los pies y el rabo para el pelado posterior. Aquellas calderas, en las que se cocían las morcillas y dejaban aquel caldo grasiento, que nombrábamos "caldo baldo".

Son recuerdos que dormitan con nostalgia en el desván de la memoria y que afloran a nuestra mente no sé por qué, quizá por la añoranza de quien comienza a entrar en el umbral de la tercera edad; pero no exageremos en lo de la edad.

Otra costumbre muy popular, y creo que aún se sigue celebrando a pesar de los productos diarios que nos ofrece el mercado, es la matanza de "antuya". La mantaza de "antuya" se solía llevar a cabo a finales de octubre y durante el mes de noviembre. Después del verano, quedaba bastante enflaquecida la despensa de existencias y no había apenas de dónde tirar; y, antes de realizar la gran matanza, se sacrificaba un marranito de nueve o diez arrobas para tener remanente durante los meses de diciembre y enero, mientras se curaba el bofeño y el bueno. A esta matanza la llamamos, en nuestro lugar, la matanza de "antuya". En otro lugares, la matanza del cerdo "sanmartino", porque se despiezaba por san Martín.

En otras zonas de nuestra provincia, se denomina también "antuya" el vino, que se hacía antes de la vendimia oficial para beberlo en tanto que duraban las vendimias y mientras no se podía tomar el nuevo.

El significado es el mismo, lo que cambia es el producto: cerdo o vino. Lo curioso es cómo el hombre se resiste ante las ofertas del mercado, en que hay de todo, y prefiere gozar con lo que vivió de pequeño y seguir celebrando aquellas costumbres que son para él un rito, una ceremonia que le reporta grandes encuentros y momentos muy gratos en su vida.

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