Me cuenta una amiga que el viernes tuvo un percance que le dejó mal. Tras un rato de congoja, ya de noche, se marchó a su piso. En el avatar su móvil se había roto quedando fuera de juego. Sola en casa, me dice que cuando se dio cuenta de que estaba incomunicada no tuvo ánimo para salir. Podía pasar a casa de un vecino para hacer una llamada, pero no recordaba ningún número pues hacía tiempo que había dejado de memorizarlos y tampoco usaba agenda de libreta. Además, la mayoría de sus numerosas comunicaciones las hacía mediante mensajes breves. Pasó una noche agitada, en un permanente estado de duermevela en el que el insólito escenario de una desconexión permanente le llevó al borde del pánico.
El amanecer no mejoró las cosas. Sumida en un estado de abatimiento que no le dejaba salir de la cama, cerraba los ojos para impedir que la claridad del día le despabilara y no tener que enfrentarse con la nueva jornada. Las imágenes de felicidad se alternaban con aquellas otras de inseguridad. Los recuerdos de los ratos en los que el tiempo parecía detenido afirmando certezas eternas contrastaban con otros en los que lo efímero se adueñaba de la escena avivándose la necesidad de salir de aquello enseguida. Luego estaba el silencio ininterrumpido de doce horas sin oír el tenue tintineo de la entrada de mensajes, sin sentir la vibración que anunciaba una llamada. Tampoco podía centrar su atención sobre la pantalla iluminada deslizando ávidamente su índice en busca de cualquier curiosidad.
Han pasado ya cuatro días desde que sucedió aquello cuando me lo cuenta. Vuelve a tener móvil. Si en un momento de alucinación pensó que no lo volvería a activar y que seguiría un proceso de desintoxicación como hizo cuando se propuso dejar de fumar, su convencimiento de las numerosas razones virtuosas de su uso le animó a desechar la idea. Ahora sonríe al recordar aquel momento de orfandad. Romper con su pareja podía asumirse, me dice, pero ¿por qué al despedirse le tiró con rabia el móvil al suelo? ¿Era la premonición de la profunda soledad que le esperaba? Pues no iba a ser así, señala con gesto ufano. Su número de móvil sí que es una relación para siempre, la compañía indestructible en el futuro, en la dicha y en la desgracia, y a un precio realmente asequible.