OPINIóN
Actualizado 31/10/2015
Soledad Murillo

Decía Fernando Savater que los deportes de riesgo constituyen una forma sofisticada de ponerse a prueba, de hacer lo inconcebible por saber qué se siente ante una prueba de vida, como colocarse un arnés y tirarse desde el puente más alto de la zona, o desafiar la gravedad en un frágil parapente, entre muchos otros. Pero el filósofo añadía que el verdadero riesgo no estriba en someternos a pruebas extremas, sino en aprender a convivir unos con otros. Eso sí, la convivencia es para valientes de verdad, porque ya no se trata de unos minutos, sino de una carrera de fondo, sólo apta para personas capaces de creer que el mundo no es un lugar exclusivo para ellos. Para quienes sepan que el respeto a otras formas de pensar y de vivir requiere de una gran dosis de voluntad. Estoy segura, y lo sabemos todos muy bien, la serenidad que nos hace falta para superar el día a día sin diferir de quienes nos rodean, cuando a veces sólo los soportamos, porque las personas que nos hacen la vida más fácil siempre nos parecen una minoría. Pero también es justo reconocer, que nuestras manías también suponen una magnífica ocasión para que los demás ejerzan su paciencia hacía nosotros. Sin embargo, hay intolerancias más extremas y dañinas que cualquier deporte peligroso. Me refiero a cables o cuerdas que se cruzan en aquellos caminos rurales que los ciclistas frecuentan durante su tiempo libre. Han sido las redes sociales las que han advertido de la indecencia de hacer daño con alevosía.

Hasta el Seprona, o Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil, se ha hecho eco del problema y se suma para alertar a los ciclistas. Esto sucede no sólo aquí en Montemayor del Río, u otras zonas, sino desgraciadamente en otros puntos de España; trampas como clavos, alambres o cuerdas que no aparecen espontáneamente, es preciso que alguien tenga la absoluta intención de colocarlas para lograr provocar un grave accidente. Quien así lo hace las esconde de tal forma que pasen inadvertidas, buscando que la caída sea inevitable. Lo que más me ha sorprendido, cuando he leído la noticia en los periódicos digitales, han sido los comentarios que opinan sobre semejante barbaridad. Casi la mitad justifica esta práctica, otros defienden que si los caminos los limpia uno, eso parece otorgarle el derecho a creer que ya son de su propiedad. El resto de los comentarios eran de quienes defienden el derecho a un tiempo de ocio sin jugarse la vida. La venganza es una droga dura, y como todo adicto, se buscan justificaciones para seguir tomándose la justicia por su mano. En julio de este año un hombre joven, jefe de obras del Ayuntamiento de Salamanca con quien tuve la oportunidad de compartir muchas de sus explicaciones en las Comisiones de Urbanismo, cayó de su bicicleta en Cantabria a causa de un cable cruzado en el camino y murió. Aunque con estos hechos, lo que me pide el cuerpo es decir: que fue asesinado.

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