OPINIóN
Actualizado 30/10/2015
Eutimio Cuesta

Se cantaba antaño: "Si no hay toros, tampoco baile". Y, hoy, podemos proclamar: "si no hay peñas en la fiesta popular, no hay aliciente ni tampoco ambiente". Por eso, yo siempre pregono que las peñas son el alma de las fiestas, las que crean la jarana, estimulan la convivencia y fomentan la hospitalidad.

Y, como no puedo estarme quieto, he robado un rato a la tarde del domingo, para indagar sobre el origen de las peñas y de su evolución a lo largo de los tiempos.

Me he centrado, en primer lugar, en  tomar referencias para fijar la edad de las peñas, y me cuesta concretar, y es muy difícil determinar su origen, porque las primeras tertulias y meriendas de panda, que se celebraron en mi pueblo, se realizaron en torno a una cuba, cada fin de semana y en una bodega distinta. Luego, llegó la costumbre, también añeja, de hacer la limonada con sus correspondientes meriendas en alguna panera o tenada, y la tradicional costumbre de la merienda en la taberna que son maneras, asimismo, de hacer peña, porque eso es una peña: la reunión de un grupo de amigos, que se comprometen a realizar una actividad recreativa, cultural o de cualquier otro tipo.

Lo define muy bien la etimología del vocablo peña, que viene de la voz latina pinna, piña: hacer piña en torno a algo.

Al arrancar las cepas, se comenzaron utilizar otros habitáculos, recintos abandonados o de escaso uso, como pajares, casas deshabitadas, algún lagar o bodega independientes; se adecentaron y decoraron con símbolos alusivos al mote de la peña, y, con cuatro trastos, valía para centrar, en ellos, la diversión y la vida toda durante las fiestas y otros posibles encuentros en el resto del año.

Y, como el tiempo es incansable en su marcha progresista, nos acerca al desafío de la modernidad, y lo viejo sirve de pretexto a lo nuevo, a la comodidad y a la decencia sin olor a telarañas. Se da el caso de ciertas peñas, que han comprado un corral o una vivienda sin uso, los han derruido y han construido su flamante sede, que sabe a nuevo, pero conserva el rescoldo de lo añejo y tradicional. Y a esta iniciativa, se han unido las carpas y las casetas, que invaden hasta los recintos más sagrados de nuestra capital.

Como digo más arriba, son el aliciente, un aliciente que toma, cada vez, más auge; motivo que movió a Noé a plantar su viña, como preámbulo a estas tertulias de amigo.

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