OPINIóN
Actualizado 28/10/2015
Manuel Alcántara

La noticia advierte que el clima que se respira en Concepción, departamento de Sololá en Guatemala, es de tensa calma. Según señala el periódico Prensa Libre, la muchedumbre vapuleó y quemó al alcalde. En la trifulca un hijo suyo fue herido con machete. Los incidentes comenzaron luego que se registrara un ataque armado en contra de un ex candidato a alcalde perpetrado desde una furgoneta desde la cual dispararon en contra de la familia. Luego huyeron del lugar. En la balacera murieron la hija de 17 años y la sobrina de 16 de Lorenzo. En Ajalpan, municipio del estado de Puebla en México, la semana pasada, según narra la edición americana de El País, dos encuestadores fueron confundidos con traficantes de órganos de niños y linchados por un centenar de personas tras arrebatárselos a la policía que los tenía detenidos habiendo ya confirmado la identidad de los jóvenes. Mil personas arremolinadas en la plaza del pueblo y convocadas por facebook presenciaron su muerte y su ulterior quema.

El linchamiento es un drama del mundo rural de mesoamérica y de la región andina en pleno siglo XXI. Un acto de terror más que hace de la región la más violenta del mundo. Es una tragedia de raíces complejas que viene correlacionada con la ausencia del Estado. Un reflejo de la incapacidad de establecer un estado de derecho con mecanismos coercitivos eficientes y una legitimidad ampliamente asentada en la población. Se pueden añadir otros factores como la desigualdad, el miedo y el precario nivel de educación. No es admisible despachar el asunto aduciendo que existen motivos culturales.

Hace años conocí a un profesor canadiense de origen latino que era un especialista en linchamientos. Primero me pareció un tema de estudio curioso, por no decir algo estrafalario, pero cuando me habló de la cifra de los centenares de casos que tenía registrados mi mueca irónica se congeló. Una búsqueda bibliográfica sobre la materia nuestra que existe un profundo desinterés académico sobre el mismo. Tampoco los medios de comunicación le dan cabida. Quizá sea por una especie de escapismo ante una realidad brutal, ante algo que ni siquiera los medios más sensacionalistas saben cómo abordarlo. El estado de naturaleza pura asusta y por ello sobran los calificativos, incluso los juicios morales, ya no digamos las interpretaciones políticas. Apenas dos palabras para confrontar la vergüenza de algo que nunca debió suceder: tensa calma.

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