OPINIóN
Actualizado 28/10/2015
Fernando Segovia

Pocos adminículos tan cercanos y útiles como ese. Tan familiar el objeto. Tan privado y valorado. O de tanto estorbo. Tiene de todo el instrumento ese. Y la de bolsos de pantalón que agujerea. Todo un símbolo muchas veces. Pero en el fondo, imprescindibles.

   De antiguo nos acompañan. Dicen que muy posiblemente antes ya del siglo VII a. de c. eran utilizadas. Y más que un símbolo fueron para los judíos sefarditas y chuetas expulsados de España, ya que algunos al cerrar la que fuera su casa, se llevaron a la diáspora la pesada llave de la puerta de entrada que pasaron de generación en generación, como el mejor símbolo de toda la esperanza posible de siglos en regresar a la antigua casa. Eso es espíritu de perseverancia y esperanza en el futuro. Para esas familias las llaves eran su símbolo más preciado. Y algún caso se dio de vuelta al cabo de siglos y ver que la llave servía para la casa que ya era de otros dueños.

Ahora cada cual puede llevar más de cinco o seis llaves en el bolso. Y bien que las reconocemos. Algunas hasta con el tacto solamente. Y la de lamentos y quiebros de cabeza que llegan a ocasionar cuando se pierden. Y la alegría cuando se encuentran después de una ajetreada búsqueda. Y el caso contrario de la posesión de llave de algo que nos responsabiliza y nos maniata, y que deseamos soltar. Esa que quema en la mano y en el bolso. Y llaves simbólicas que se dan y luego se quitan. Llaves dadas con toda justicia o por mera conveniencia coyuntural. Llaves rifadas. Llaves discutidas. Llaves negadas. Y llaves que ya no abren nada pero que se siguen llevando. Y las llaves del futuro (que quién diablos se encargará de ellas).

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