OPINIóN
Actualizado 28/10/2015
Juan Antonio Mateos Pérez

La Iglesia el día 1 de noviembre el día de Todos los Santos, una festividad dedicada a todos los que después de haber muerto, ya han alcanzado el cielo, al día siguiente el día 2, es el día de los Difuntos, los creyentes de todo el mundo, rezarán por aquellos que, habiendo fallecido sin pecados, aún se encuentran en un encuentro purificante y amoroso con Dios para limpiar las consecuencias de los pecados cometidos. En otra entrada "Una mirada de misericordia" hablamos del purgatorio, hoy cercano el día de todos los Santos queremos aproximarnos, siempre con temor y temblor, a esa realidad que llamamos cielo.

Sólo Dios es Santo, gracias a su amor, todos los hombres y mujeres son santos, sobre todo los más necesitados y excluidos. Los santos fueron personas ordinarias, que en su cotidianidad y vida de cada día elevaron los valores del reino anunciado por Jesús, la justicia, la vida, la verdad, la paz, etc., a la categoría extraordinaria del amor de Dios. Una tarea a la que estamos llamados todos. Desde esa realidad del reino anunciado por Jesús, Dios conduce a la humanidad a su verdadera plenitud, que ya ha comenzado pero todavía no se ha consumado, viviendo en un horizonte de esperanza hacia la justicia, la verdad, la paz, la vida plena.

Lo Santo, por otro lado, es ese misterio fascinante que repele y atrae al mismo tiempo, esa realidad nos sale al paso como horizonte inaccesible como lo totalmente otro, lo indecible, el desierto de la nada. Ese encuentro con el misterio puede ser tremendo o beatificante,  puede ser angustia y terror, o bien gratitud, alegría y consuelo. Esta ambigüedad y polivalencia hace que ese misterio adopte muchos nombres en la historia de la humanidad y sea susceptible a numerosas interpretaciones. Una de ellas es la palabra cielo.

El concepto cielo aparece en todas las religiones antiguas, incluso en las politeístas como el lugar de la morada de los dioses. Pero en la  religión cristina, que hunde sus raíces en el judaísmo, es una forma de hablar esa realidad misteriosa y divina que Es y, como circunloquio del nombre de Dios por respeto no se pronuncia. Así, "ir al cielo" no significa otra cosa que "ir a Dios", Ascender como Jesús es ir a la casa del Padre y con ella, el cielo se convierte en la unión del hombre con Dios, es la felicidad de estar junto a Dios. Esa felicidad desde las bienaventuranzas del reino, consiste en una vida en plenitud, donde no hay dolor, hambre, miseria, fronteras, ni humillación, sufrimientos, tristezas,  enfermos, limitaciones, vacío, soledad, ni lágrimas que verter. No podemos perder la esperanza de encontrarnos con Jesús, de ver el verdadero rostro de Dios, ahora oculto y envuelto en el misterio. Dios, es la verdadera Ítaca.

El cielo constituye para el cristianismo el futuro absoluto (L. Boros), la realización absoluta de la vida (Libánio-Bingemer), la plenitud definitiva de la existencia humana gracias al amor consumado (Ratzinger), toda la felicidad completa que conlleva el estar junto a Dios (Nocke), la consumación definitiva de la creación (Moltmann) . Toda esa esperanza se ha expresado con diferentes imágenes:

  1. Como Vida absoluta, vida eterna, no interrumpida, victoria sobre la muerte, plenitud, superación del dolor y el sufrimiento (Ap. 21, 14). Esta realidad es presentada como un banquete en la tradición bíblica, que opera como una imagen de esperanza. El banquete es para Jesús el símbolo por excelencia del reino de Dios, donde los invitados privilegiados son "los pobres, lisiados, cojos y ciegos", una realidad que ha de venir, una realidad de vida inextinguible.
  2. Comunión de los Santos. El carácter comunitario, social, intersubjetivo, de esa vida en plenitud, está reflejado en los banquetes y en las bodas de la tradición bíblica. Este carácter de común-unión nos lo recuerda muchos textos, así como en los escritos de los primeros padres, donde el cielo es visto como la analogía de una  ciudad (Ef 2,19; Ap 3,2; 20,9; 21,2; Heb 14). Esta imagen de ciudad pone de relieve su dimensión social.
  3. Visión de Dios, que se traduce en convivencia con Dios, en comunidad en felicidad o bienaventurada con Él, participación en su vida, comunión en su ser, en gozar de su intimidad, en compartir su vida, y que desemboca en la divinización del ser humano. La visión de Dios se realiza de manera imperfecta durante la vida terrena del creyente, "confusamente como en un espejo", dice Pablo (1 Cor 13,12). Sólo cuando termine el tiempo de peregrinaje, "veremos cara a cara"  con una visión plena, consistente en el doble movimiento de amar y ser amado, conocer y ser conocido. La misma idea es expresada en  el evangelio de Juan (1 Jn 3,2): "Todavía no se ha manifestado lo que vamos a ser; pero sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, puesto que lo veremos como es".

Con todo ello queremos concluir que el cielo es una experiencia amorosa, una buena aventura, que comienza en ese amor primero de Dios, con él, podemos amar al hermano, al mundo, a la realidad que nos rodea. Al amar estamos trasformando no sólo el corazón, también la realidad cercana. En ese abrazo amoroso y de misericordia de Dios, ya estamos sintonizando con Él y por lo tanto, estamos disfrutando del cielo. Este es el momento, con el amor, el cielo comienza ahora.

 

¡Oh! ¿Dónde está el lugar? ? yo lo llevo en el corazón ?

                                                                      Rainer María Rilke

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