OPINIóN
Actualizado 26/10/2015
Alejandro López Andrada

Después de la poesía, cae el silencio. Las horas son barridas por el cielo lleno de barcos, nubes que se hunden despacio en la dehesa cristalina. Las piedras del camino de la infancia van penetrando en mi alma y se hacen luz. A mi derecha, al cauce de agua sucia por un costado le han nacido mimbres, higueras con el corazón silvestre, minúsculas moreras. La emoción de un mirlo dinamita la mañana con su cantiga dulce. ¿A dónde voy? Es como si avanzara por la linde celeste y musical de una vereda que sale y entra en mí bajo las sombras de un cielo que camina y se abandona, lleno de barcos grises, en la dehesa dejando en las colinas un resplandor.

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