OPINIóN
Actualizado 25/10/2015
Paco Blanco Prieto

La censurocracia es patología democrática impuesta por los mediocres.

Las patologías democraticas tienen diferentes nombres según la parte del cuerpo democrático afectado por cada dolencia incurable, que lesiona órganos vitales con enfermedades supuestamente erradicadas del país, cuando este fue vacunado con una dosis constitucional masiva, a la muerte del dictador, pendiente de que haga efecto.

El nepotismo nos ha llevado a la dedocracia; el electoralismo, a la pseudocracia; la especulación financiera, a la bancocracia; los sindicalistos, a la sindicocracia; los partidos, a la partitocracia; la manipulación informativa a la manipulocracia; el cinismo institucional, a la mentirocracia; el recorte de libertades, a la liberticidocracia; y la censura, a la censurocracia. 

Quien piense que la censura sólo se da en los regímenes totalitarios o en las religiones, está muy equivocado porque en España se han criminalizado las opiniones divergentes a la primera de cambio, agravándose la situación desde hace unas semanas pues se condena por vía penal toda discrepancia que atente a la imperturbable paz social que pretenden mantener los únicos que gozan de ella.

La censura tiene larga tradición entre nosotros, acrecentada en los últimos siglos en las guerras, dictaduras y repúblicas. Baste recordar como muestra de ello lo ocurrido durante la etapa franquista, en la que algún premio Nobel llegó a ser destacado censor. Y en el periodo republicano era habitual ver ostensibles tachones en las páginas de los periódicos, con la obligada nota que decía "Visado por la censura". 

Es evidente que tan groseros tachones han desaparecido de la prensa, lo cual no significa que hayan dejado de existir, porque censurar es detraer, o sea, apartar, suprimir, y ahora se siguen retirando escritos aunque estos no pretendan subvertir el régimen, escandalizar a los menores o insultar al prójimo.

El veto es tan sutil que sólo es percibido por quienes están bien despiertos y lo descubren tras los dialécticos ropajes con que visten los poderosos las mordazas que nos imponen a los demás. Atrezzos postmodernos con enaguas de anticuario que abren la veda contra la libre opinión utilizando bisturís con impuesto de lujo, porque desde que se inventó la democracia, también la censura cotiza en bolsa, y las acciones se las reparten los que quieren mantener el status quo, controlar la sociedad y pasar el cepillo entre los reclinatorios de la política.

El resto son historias que tienen mucho que ver con la prodigiosa fabulación de los saturninos burgaleses. Pero como dice mi satírico y sabio tocayo, no debemos callar por más que con el dedo sobre la boca nos conminen al silencio o nos amenacen, porque si la lengua de Dios nunca fue muda, la de sus hijos no tiene porque serlo. 

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