OPINIóN
Actualizado 25/10/2015
José Luis Puerto

Nos trae siempre el otoño la belleza de todo lo que muere: el fulgor de los bosques, la madurez lograda de los frutos, el prodigio de las luces en busca del solsticio del invierno... Mas también enterremos en otoño las semillas, como promesa de una futura resurrección.

            Muerte y resurrección. Es el dualismo que caracteriza siempre al tiempo cíclico, al tiempo de las estaciones, en que la naturaleza se mueve. Nosotros, pese a contemplarlo, pese a intervenir en él de algún modo, estamos marcados por otro tiempo, por el tiempo lineal, por el tiempo histórico; de ahí que esas alternancias de muerte y resurrección, que de continuo vive la naturaleza, hasta cierto punto se nos escapen.

            Este otoño nos trae su particular calidoscopio, lleno de luces y de sombras. Una luz recibimos junto al canal de Corinto, no muy lejos de Eleusis, cuando, en un área de descanso, una anciana portaba hermosos amuletos realizados con pajas y rematados por unos ramilletes de espigas, que vendía a dos euros. Nos hicimos con uno. Fue como si alguien nos trajera, a través de aquella anciana portadora, el símbolo tan antiguo de los misterios de Eleusis, en honor de la diosa Deméter, que era precisamente una espiga.

            Otras luces nos han proporcionado, a lo largo de este octubre que termina, el encuentro en Urueña de un grupo de arquitectos, geógrafos, etnógrafos, historiadores, antropólogos culturales..., del que formamos parte, que, en su momento se creara por iniciativa de Joaquín Díaz, en su Fundación, para defender la arquitectura popular y el paisaje. O la presencia en León, con motivo de que su universidad ha avalado la Carta de la Tierra (les recomiendo que la avalen), del gran Federico Mayor Zaragoza, defendiendo las perspectivas más humanizadas y en pro de todos que se propugnan hoy en el mundo.

            Mas las sombras no faltan. Los refugiados siguen recorriendo, en su intemperie y abandono, los caminos de Europa, mojándose y pasando frío, de continuo hostigados, como si no fueran sujetos de dignidad; mientras que todos, cómodamente, comenzamos a poner las calefacciones.

            Y también otra sombra, de la que no éramos tan conscientes. Escuchábamos ayer mañana en la radio, que nuestros olivos centenarios, los olivos milenarios de nuestros campos peninsulares están siendo arrancados, para venderlos y ponerlos en rotondas, campos de golf, jardines particulares, e incluso están siendo exportados. Es un expolio más que está sufriendo nuestro país ?el expolio del paisaje, el expolio del mundo natural, que es un patrimonio valiosísimo? ante la indiferencia de todos, que seguimos mirando, como siempre, para otro lado.

            Calidoscopios otoñales, juegos de luces y sombras, caricias y bofetadas que nos trae la realidad. Porque la sacralidad de la vida se alcanza muy difícilmente, ya que el mal siempre la ataca y trata de aniquilarla. Nos quedamos con la espiga sagrada que una anciana, junto a Eleusis, portaba una mañana luminosa de octubre, símbolo de vida y de resurrección.

Fotografía: Hipólito Martín

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