Hace unos días un amigo salmantino experto en esculturas y artes de la ciudad, me preguntó si había contemplado el diablo esculpido que hay a la derecha de la famosa rana que está encima de la calavera. Le dije que no; como a la gran mayoría de los cientos de miles que contemplan la fachada, me ocurrió que mi atención quedó saciada cuando descubrí la ranita y eché un vistazo general a ese maravilloso trabajo de orfebrería escultórica que es esta fachada.
El experto salmantino me lo mostró y pude ver el claro rostro del diablo representado en un lugar bien visible en el conjunto. El que escribe estas líneas desconoce el origen de la tradición de que el visitante busque y encuentre la famosa rana; quizás se remonte a cientos de años. Pero lo que nos pareció obvio a mi amigo y a mí es que la atención a la rana forma parte de una extraña estrategia para desviar la atención de la contemplación del diablo. Una estrategia posiblemente inconsciente.
El mecanismo de "desviar la atención" es tan ancestral como los orígenes del hombre. Una gran parte de la función de nuestro imaginario, nuestro ocio, nuestras huidas de la realidad, lo que comúnmente llamamos "evasiones", tienen esta finalidad: desviar la atención de la parte temible de la realidad: quizás en ese sentido la rana sea a su vez, también, una desviación de la mirada en la calavera (la muerte) sobre la que se encuentra. La rana era un símbolo de la sexualidad.
Otra idea asociada que también ambos compartimos, es que este mecanismo de desviar la atención de los aspectos angustiosos de la realidad es uno de los que más centralmente definen los tiempos actuales. Numerosos gobernantes lo utilizan continua y abusivamente en el campo de la información: la manera de tapar o desviar la atención de la sociedad sobre un escándalo, una inmoralidad, o una injusticia que concierne a la mayoría, es creando un acontecimiento nimio socialmente que los medios de comunicación lo ponen en el centro de la atención; como si, por ejemplo, un crimen anecdótico, o tal partido de fútbol, fuera más importante que el porcentaje de ciudadanos en paro, o el de enfermos no atendidos en la sanidad pública, o el grado de contaminación del aire que respiramos.
Pero no solo los gobiernos utilizan abusivamente este mecanismo; los individuos lo utilizamos continua o muy frecuentemente: ante la avalancha de informaciones catastróficas o dolorosas que continuamente nos llegan de nuestro propio país y del resto del mundo, nuestro agobiado yo necesita evadirse: necesitamos negarnos la existencia de tantas guerras alrededor, de tantos refugiados en el límite de la supervivencia, de la pobreza que crece implacable, también en Europa y en España. Necesitamos decirnos que eso es ajeno a nosotros, que existen otras realidades más placenteras, que existe la generosidad, la belleza, el arte. Y existen. Pero su existencia no puede hacer desaparecer lo doloroso.
La ranita no hace desaparecer la calavera, ni hace desaparecer al diablo de mueca sarcástica de la fachada de la Universidad salmantina.