OPINIóN
Actualizado 19/10/2015
Antonio Matilla

?empieza por uno mismo. Escribo estas líneas el día de Santa Teresa de Jesús, patrona de nuestra diócesis. Cuando la eligieron por patrona algo debieron querer decir. Teresa de Jesús es moderna por muchas razones. Una de las notas de la Modernidad es caer en la cuenta de que toda la realidad resuena en nuestro interior, o que nuestro interior ?pensamientos, deseos, memorias, instintos, afectos, proyectos- es un microcosmos que contiene en si toda la realidad. Dejemos que los filósofos sigan discutiendo al respecto. Sea como fuere, es lo cierto que la Modernidad marca el imperio de la subjetividad. Así como en la Posmodernidad nada existe si no ha aparecido en el telediario y, más recientemente, en las redes sociales, en la Modernidad nada existe verdaderamente si no es en nuestro interior.

Esto de la Modernidad está muy bien para los filósofos y, desde el siglo XVII y XVIII, para las minorías ilustradas, pero ¿cómo democratizarla? ¿Cómo hacerla llegar a todos, especialmente a los más pobres, a los que no tienen poder? Y empleando una cursilería políticamente correcta: ¿cómo empoderar a los débiles? Los débiles, antes de la Modernidad, eran mayoría, pero las mujeres ?la mujer-, más mayoría todavía. Teresa de Jesús se atrevió a recorrer el camino de la vida interior, el camino del sujeto en todas sus dimensiones y osó darle nombre en castellano vulgar, de modo que todos, empezando por las más débiles, pudieran arriesgarse también a bucear conscientemente en el castillo interior.

El protagonismo de la Religión en esta popularización ?democratización, de "demos", pueblo- de la Modernidad es indiscutible. Y por ahí encuentran terreno abonado las raíces de la honradez, la honestidad y la vida buena de los clásicos, porque no hay vida buena sin coherencia entre pensamiento y acción, entre sentimiento, deseo y proyecto vital, entre razón y corazón, como formuló Pascal. Pero algo ha fallado en la Modernidad. Las ideas y los actos se han divorciado y ya no es necesario que el estilo personal de vida sea coherente con las ideas. Y así nos encontramos con cristianos que no vivimos lo que decimos y profesamos y políticos que pregonan una cosa para los demás y practican lo contrario para ellos mismos y los suyos. La vida actual es una feria de la incoherencia, la mentira, la imagen que no responde a la realidad. Claro que, si lo que hay en el interior del político ?todos somos políticos- es únicamente el afán de poder, la incoherencia de vida sería coherente con el principio de que todo vale para alcanzarlo.

De cara a las próximas Elecciones Generales me da que lo tenemos difícil. ¿Cuál será la oferta política menos incoherente? ¿Quién nos engañará menos?

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