La visión binaria de la vida es una construcción basada en la interacción entre la biología y la cultura. Se trata de la gestación de segmentaciones muy primarias que simplifican la realidad hasta un nivel muy básico de disociación: nosotros y los otros, yo y el resto, los próximos y los extraños. Se configura un escenario de polarización que a veces, además, es excluyente. Lo superamos cuando tejemos puentes y lazos que necesitamos para convivir gracias a instituciones que rutinizan pautas de convivencia. Así se facilitan tomas de decisiones que nos afectan a todos. Pero aunque las instituciones, tanto en su cariz formal como en el informal, actúen eficazmente no dejamos de mantener distintas formas de segregación. Ocurre tanto en el nivel individual como en el colectivo.
Una frontera divisoria muy usual en la sociedad ha separado tradicionalmente el campo de la ciudad. Desde el propio medio físico hasta la idiosincrasia de los que habitan en uno u otra pasando por hábitos, formas de trabajo, de consumo y de ocio, las diferencias establecidas suponen la existencia de mundos ajenos. En este contexto una división que siempre me ha llamado la atención gira en torno al término interior. Aplicado al ser humano constituye el argumento definitorio de la subjetividad frente a la extroversión. La confrontación entre la vida interior y la vida social, entre lo privado y lo público. En algunos países la capital tiene un peso marcadamente preponderante dándose una separación, a veces radical, con el resto. Entonces se acuña con fuerza el término "interior" que acoge a lo que no es lo capitalino y su entorno.
Martín Caparrós escribe un libro de viajes, que considero imprescindible si se quiere conocer la sociedad y la cultura de Argentina, que lleva precisamente el título de El interior. Pero es también un medio excelente que anima a pensar sobre los criterios divisorios que establece, así como sobre la cuestión de que todo interior tiene igualmente su interior, el centro su periferia. Una invitación a recordar a Jean Paul Sartre para quien el infierno eran los otros, porque todo se basaría en una construcción de la identidad, que no sería otra cosa que lo que hacen los demás, que son quienes nos terminan definiendo. Por eso, los pocos que no se odian a sí mismos ponen en cuarentena al resto, reduciéndolos a enemigos, para así hallar la paz de los necios.