OPINIóN
Actualizado 14/10/2015
Fernando Segovia

Confieso haberme quedado algo desinflado tras de las elecciones catalanas. He perdido voces con sonsonete que ya me eran familiares, levantarme y acostarme con los análisis sesudos de qué pasaría en cada caso que se diera, y un montón de preocupación por el asunto. Votaron y empate, que no quita preocupación de un lado y a los otros no les sirve de mucho ahora.

Al menos he ganado (hemos ganado) en tranquilidad. Pienso en los ciudadanos del resto del estado, esos que nos sentíamos casi despreciados por los separatistas, en los catalanes que no deseaban esa condición de separados, y sobre todo en bastantes salmantinos que por allí andan y para nada piensan en intereses separados.

Pero el pastel que queda ahora es indigesto. Bastante indigesto. La sociedad catalana está fracturada. Se han encargado de ello quienes le apresuraba tanto meterse en semejante conflicto. Y puede ser más difícil convivir allí. Han obligado a muchos a pronunciarse en ese asunto tan delicado. Y otros que se han quedado a medio pronunciamiento (que en ciertos casos viene a ser lo mismo). Eso se llama violentar a una sociedad, alterando el sentido de unas elecciones. Aunque la sociedad real (la de verdad, esa mayoría que parece estar callada y tranquila) parece ir muy por delante de tanto iluminado como hay en asuntos de política, y la cordura de lo que debe ser el convivir en el día a día y solucionar los reales problemas catalanes, debe pesar más que los fuegos de artificio.

   Hasta el equipo ese tan grande que ustedes saben (ese que dice ser más que un equipo), ayer viéndolo en la tele me pareció un vulgar club de fútbol (tirando a malo), al que encima se le lesionan a espuertas tantos jugadores, que hasta parecen humanos, y que ganó con poca elegancia, excesivo sudor y aquello antiguo de la testiculina tan inherente al futbol español de antaño. ¿Será castigo divino por haberse posicionado u otro tipo de desinfle más alarmante?

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