OPINIóN
Actualizado 13/10/2015
Joaquín Araújo

Las últimas carnadas de algunos roedores y lagomorfos cierran su casi incesante perpetuarse. Ratones de campo, ratillas campesinas, conejos y a veces liebres, que comenzaron a criar al comienzo del año, aportan a sus comunidades otra generación más. Se despiden la mayoría de los insectos, algunos, como los saltamontes, no sin antes depositar sus huevos en refugios subterráneos. Florece la yedra y caen al suelo los primeros hayucos, bellotas, castañas, avellanas, nueces... Constantes bandadas de aves invernantes se incorporan a nuestras latitudes.

Gamos, cabras montesas, rebecos, muflones, nutrias, lirones caretos, conejos, musgaños y hasta el murciélago mediterráneo de herradura, también entrarán en celo aquí y allá. Literalmente cubriendo todo el territorio, desde las marismas del Guadalquivir hasta muy cerca de las altas cumbres del Pirineo. Unos roncando, otros llenando de truenos secos las vallejadas de las cimas, con un agudo silbido y muchas agilidades aquellos otros, los alpinistas... No hay tregua para los impulsos de la continuidad. No encontraremos al amor descansando en mes alguno del calendario, y aunque la mayoría son primaverales, estos del otoño tienen pasión multiplicada. Y todos son fácilmente contemplables.

Exhibe otras muchas delicias este tiempo. A la maduración de los frutos de hayas, robles, encinas, alcornoques, madroños, olivos, acebuches, enebros, olivillas, lentiscos, pinos, arándanos y tan­tos otros matorrales, acuden literalmente todas las faunas para engordarse. A menudo también los, por tanto falsos, carnívoros. Desde el lobo y la jineta hasta el zorro y la garduña. Tampoco hay ave que desdeñe, por mucho que su espectro alimentario sea principalmente insectívoro, los azúcares que ofrecen las moras, los higos, madroños o bellotas. Abundancia y gorduras necesarias para que el invierno no se convierta en trampa mortal. Por eso los más avisados, como algunos roedores, las ardillas, lirones, arrendajos, marmotas y osos, o bien hacen despensa, enterrando bellotas y granos, o bien se convierten ellos mismos en un almacén de grasa comiendo todo lo que encuentran.

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