Decir es encadenar tiempos y espacios perdidos. Elena Ferrante
La memoria nos enseña a dialogar con el deseo. Ana Merino
[?] en muchos ámbitos, acercarse a lo esencial, y a los demás, supone tomar atajos, hacer desvíos. Michèle Petit
Viajo para conocer mi geografía. Enrique Vila-Matas
Qué goce impredecible puede depararnos en ocasiones el azar, si estamos abiertos a mirar con unción sus mudables volutas; afortunadamente hay creadores que saben mostrarnos estos caminos y a uno de ellos quiero dedicar hoy mis palabras.
Hace pocas semanas les conté de mi sorpresa al haber contemplado una escena sobre la recogida y clasificación de nuestros desechos urbanos: al comenzar el verano, presencié una escena que basculaba entre lo insólito y lo esperpéntico: en un contenedor de basuras orgánicas, que rebosaba de cajas de madera, recipientes de plástico y objetos de metal, se habían depositado alrededor, por falta de espacio en el receptáculo, todo tipo de objetos y utensilios (un armarito, lo que fuera una pequeña estantería, un espejo roto?) [?] Pero el calificarlo de inaudito, absurdo o increíble no es debido a lo desolador de la imagen, sino porque a lo largo del día pasaron por allí dos o tres furgonetas (¡?), junto a algunas personas a pie, que decidieron llevarse parte del "botín".
El otro día, haciendo acopio semanal de lecturas (libros, música y películas) en las bibliotecas públicas de mi ciudad (¡benditos lugares!) me encontré de nuevo con Agnès Varda, compañera, junto a otros, de muchas tardes sin tiempo en las salas de cine. El causante fue Los espigadores y la espigadora, una obra de cine documental, donde la autora rastrea y escribe con su cámara de la mano, sobre la composición de lo real, introduciendo su mirada a partir de los espigueos que retratara Millet, para analizar otros, surgidos a partir de la necesidad, pero también fruto de una relación diferente con el consumo y los objetos que nos rodean.
En este mismo espacio temporal, me encuentro leyendo un ensayo de la antropóloga de la lectura Michèle Petit, titulado Leer el mundo, que también espiga experiencias, en su caso sobre la transmisión cultural, para ofrecernos sus propias reflexiones al respecto, y del que les hablaré no pasando mucho tiempo.
Desde este cruce a tres bandas que me ha ofrecido el azar, quiero hablarles de ese otro albur que espigan y entretejen los creadores, los artistas con su obras, que nos permite posar y abrir nuestra mirada junto a la suya.
Un ejemplo transparente al respecto sería el de Varda que, en esta cinta, partiendo de su mirada sobre las famosas Espigadoras de Millet y de otros autores que han tratado el tema, pasa del espigueo fruto de la siega a mano, desparecido por la llegada de las máquinas, a otro tipo de espigadores, en muchos casos, más furtivos y solitarios.
Es cierto que el film dibuja el retrato de una economía al margen. El gesto de espigar de antaño, se convierte en uno nuevo, más ascético, tocado por la necesidad: recoger patatas olvidadas entre los surcos por carecer del tamaño y la forma que reclama el mercado (excelsa la secuencia de estos tubérculos con forma de corazón); racimar en los viñedos los restos de la cosecha que supuestamente no sirve para la vendimia; recuperar objetos abandonados (mesas, colchones, cocinas), que relatan, todos ellos, ese espigueo de los que parecen no tener sitio en el mundo.
Pero la autora también nos muestra otro ángulo de la selección sobre lo no querido, lo olvidado, aquel que se vincula con el placer: artistas construyen obras con desechos urbanos (arte povera), o lo relacionan con las motivaciones políticas: curiosa la secuencia del hombre asqueado por el despilfarro, que se alimenta desde hace tiempo con lo que encuentra en los contenedores cercanos a mercados o grandes superficies.
Junto a otros, donde el espigueo para aplacar el hambre ofrece también otro tipo de alimentos: el retrato de un joven, antiguo estudiante de Ciencias, que se nutre con las frutas y verduras que recoge de las cajas abandonadas en un mercado de París, cuya residencia es una casa de acogida para inmigrantes donde imparte como voluntario cursos de alfabetización.
Pero la película es asimismo, o sobre todo, un retrato del proceso de creación, encarnado en el personaje de la directora, la espigadora de escenas, que nos ofrece su particular cosecha como resultado de su escritura fílmica: fantástica la escena en la que cambia un haz de espigas por una cámara que nos mira para decirnos, esto lo he seleccionado, lo he espigado para vosotros.
Y nos descubre cómo la autonomía de una cámara digital convoca a lo más íntimo y cercano, al permitirle escribir, filmar situaciones de mayor calado personal: sus dedos índice y pulgar cerrándose en círculo y convirtiéndose en una lente que 'atrapa' aquello que de otro modo sería imposible hacer tuyo (maravillosa la secuencia del 'juego' donde con esos dedos parece aferrar los tráilers de la carretera, y que no puedo evitar que de inmediato me lleve hasta aquella maravilla de película, dicen absurdamente que muda, Cine-ojo de Vértov).
Por no hablar de ese travelling de acercamiento que se convierte en un plano detalle de su mano izquierda, casi obsceno, descomponiendo sus perfil reconocible, y convirtiéndola en algo terroso, surcado de marcas, que le induce a una reflexión sobre la vejez y la cercanía del final.
Introduce, con estas y otras secuencias sobre objetos personalmente recuperados, resonancias de su propia memoria, que nos llevan a un elemento fundamental de todo proceso creativo, como es la propia reflexión del autor que se infiere durante la construcción de la propia obra.
Según les cuento todo esto, todavía me sobrecoge la infinita capacidad de nuevas significaciones que nos ofrece con generosidad este film documental.
Lo llaman 'cine de lo real'. Lo que a mí me gusta es ver en lo real lo que no es real. Es decir, dentro de lo real, sacar sorpresas, la belleza inesperada, el milagro casi de lo real. Eso es lo más interesante, comenta en esta entrevista que le realizaron para un canal televisivo de nuestro país.
¿Es usted panteísta? Sí, pero panteísta de todo, responde con profundo humor la realizadora. Para matizar inmediatamente y como cierre a su conversación: Me gustan los países que crearon el dios del viento. Pensaba en eso el otro día. Hay un dios para cada elemento, para cada sorpresa, para cada acontecimiento. Pero para mí es el dios del azar, ¿eh? Siempre que empiezo una película, digo: mi primer ayudante es el azar.