OPINIóN
Actualizado 06/10/2015
José Javier Muñoz

La consideración ética de las prácticas sexuales ha sido muy diversa desde el comienzo de los tiempos. Una de las variantes que más chocan con nuestra mentalidad occidental judeo-cristiana es la prostitución sagrada.

Los primeros indicios de la existencia de mujeres que ofrecían sus cuerpos al acto sexual como un rito que agradaba a sus dioses datan de los sumerios. Luego lo hicieron los canaanitas, los asirios, los chipriotas y los corintios. En Babilonia rendían culto a la diosa Isthar en un templo donde las sacerdotisas fornicaban con los fieles a cambio de donativos. Allí se consumaba también la iniciación sexual porque los adolescentes debían experimentar su primer coito con aquellas sacerdotisas. Esas sí que eran divinidades simpáticas.

Las ruinas de Baalbek corresponden a un templo levantado mucho antes de nuestra Era por un pueblo que practicaba sexo sagrado y sacrificio de animales. Supuestamente honraban así al dios del sol y la fertilidad, Baal, y a la diosa de la guerra, Anat.

En el templo de Biblos, en el actual Líbano, se encontraron unas placas de terracota cocida que representan órganos genitales femeninos y masculinos. Datan de principios del siglo segundo y al parecer servían de amuletos para propiciar la fertilidad o protegerse de enfermedades venéreas.

La raíz del nombre de Afrodita, la diosa griega de la belleza, el amor y el erotismo, es aphrodis, que significa consumación placentera de la sexualidad, lo que en lenguaje tabernario, y tambén de cafetería de diseño, llamaríamos un buen polvo.

En el santuario indio de Khajuraho abundan las esculturas y relieves de sexo explícito, como el que ilustra este artículo. Fueron realizados entre los siglos diez y doce y han sido declarados patrimonio de la Humanidad.

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