OPINIóN
Actualizado 05/10/2015
Antonio Matilla

Dicen que el matrimonio está en crisis: los jóvenes no se casan, prefieren convivir unos años y luego ya veremos, o no lo veremos nunca, que se acostumbra uno a todo y "virgencita, virgencita, que me quede como estoy", que estamos bien así, sin compromiso firmado, ni ceremonia, ni publicidad, ni gastos. Ya no es obligatorio casarse por la Iglesia; tampoco es obligatorio casarse por lo civil; simplemente, no es obligatorio casarse.

¿Y por qué estoy escribiendo de eso, si no me he casado ?soy moderno en esto, nadie me obliga y no me dejo obligar por nadie-, ni pienso hacerlo porque he optado por otra forma de vida, el celibato? No me dirán que no es rara esta forma mía, en peligro de extinción; debería declararse "especie protegida", no así la soltería que siempre se ha dicho que el buey suelto bien se lame, no hay novedad alguna en ella; tampoco es rara la condición de divorciado, forma parte del paisaje, aunque pocas bromas con ello, que esconde mucho sufrimiento y muchas heridas de difícil curación. Escribo porque me toca, porque el matrimonio canónico, o civil, o la pareja de hecho me toca de cerca, los conozco, me afectan sus alegrías y sus problemas; lo suyo no es un asunto meramente privado.

El Papa Francisco sorprende con lo que dice y muchas veces no entiendo por qué. En su reciente viaje a Estados Unidos, dirigiéndose a los obispos invitados al Encuentro Mundial de las Familias celebrado en Filadelfia, les dijo el 27 del pasado septiembre: "hasta hace poco vivíamos en un contexto social donde la afinidad entre la institución civil y el sacramento cristiano era fuerte y compartida, coincidían sustancialmente y se sostenían mutuamente. Ya no es así." Eso lo ve cualquiera?cualquiera que quiera verlo y sus anteojeras ideológicas no se lo impidan ver.

Por lo que estoy viendo y viviendo estos años, en contacto con cientos de parejas jóvenes ?menos jóvenes que hace cuarenta años, cuando me estrené de cura-, esta falta de coincidencia entre el matrimonio cristiano y las instituciones similares ?o la negación de toda institucionalización matrimonial- no es un obstáculo para el matrimonio cristiano, sino un acicate, un reto para vivir con libertad la propuesta del matrimonio "por la Iglesia". Las parejas vienen más maduras, con una decisión más libre, conscientes de la cultura actual pero sin dejarse condicionar excesivamente por ella. De esta forma hay más probabilidades de que aflore el Misterio del amor divino en los misterios del amor compartido por la pareja, si esta es capaz de desprenderse de los prejuicios antieclesiales, tan potentes. Una propuesta tan fuerte es capaz de derribar muchos prejuicios. Y así, el matrimonio cristiano se está viendo más como un don, una gracia, un proyecto en el que merece la pena meterse de cabeza y con cabeza, de corazón y sin reservar el corazón, expresión de los deseos más profundos de los jóvenes, que los deseos, como dijo el filósofo Spinoza hace más de trescientos años, es lo que en el fondo nos mueve. Matrimonio cristiano, un proyecto de modernidad. Soy optimista.

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