Santa Teresa de Jesús tenía muchas virtudes y, entre ellas, destacaba la alegría y el buen humor. Hay una anécdota según la cual yendo la Madre Teresa a hacer las escrituras de una de las fundaciones, preguntó al escribano, después de hechas, cuánto eran sus honorarios. A lo que éste le contestó con desparpajo:
-Solamente un beso.
Y la santa se lo dio, natural y sonriente, al tiempo que exclamaba:
-Nunca una escritura me salió tan barata.
Al pintor Fray Juan de la Miseria, quien la retrató le dijo: "Dios te perdone, Fray Juan, que ya que me pintaste podías haberme sacado menos fea y legañosa".
La vida de sacrificio y penitencia no la consideraba reñida con la alegría. Tanta importancia tenía para ella la hora de la recreación como la de la oración.
Teresa refiere que todos los dolores los pasó con gran conformidad, con gran alegría; porque todo se le hacía "nonada" comparado con los dolores que había padecido al principio de su enfermedad". Bien, para empezar y como quien no quiere la cosa, Teresa nos está insinuando que hay en la alegría un aspecto evaluativo-valorativo-comparativo, que nos distancia del simple movimiento del ánimo en que el diccionario sitúa la alegría. Ese "todo se me hacía nonada comparado con" que nos dice, nos sitúa en un plano cognitivo, de pensamiento, de autorreflexión y búsqueda de puntos de vista que nos ayuden a reinterpretar nuestro estado interior y que emparentan la alegría con la reflexión y la discriminación más fina y sensible de la experiencia vivida.
La verdad de la alegría teresiana está quizás en que es producto de una elección y acción sostenida de la voluntad, algo que requiere autoconciencia. Una alegría que es fruto de la creatividad, la imaginación y la tolerancia. La alegría, además es austera. No está en tener cosas, sino "en desear vivir y gozar de Cristo, para lo cual ayuda mucho vivir austeramente". Esta nota de la alegría teresiana será elevada a eslogan poético y pasará a la historia como su "Solo Dios basta", compendio formidable del sentir teresiano sobre la alegría, que ella corrobora con el testimonio de la alegría de sus descalzas, cuyo estilo de vida es precisamente la austeridad.
En C 18,5 nos dirá que la tierra de la que brota la alegría es un corazón obediente y servicial. Bonito binomio. Es como si quisiera decirnos que no se trata de una obediencia cualquiera (ella describe algunas verdaderamente rocambolescas), sino de esa obediencia que se torna servicio, la cara más amable, afable y laudable de la obediencia teresiana, dicho sea de paso. Por eso su consejo se torna aquí casi una orden, un mandato, abriéndonos así a una perspectiva novedosa del obedecer: "anden alegres sirviendo en lo que les mandan". Por decirlo en pocas palabras, es la alegría en la despreocupada ocupación del servicio a los demás.
Existe un aspecto que no dudaré en calificar de "novedoso" en la alegría teresiana y que llama poderosamente la atención. Lo medio descubrimos en un par de textos llenos de resonancias dolientes, me refiero a V 30,8 y F 27,17, donde escribe que teniendo salud, con alegría pasaba los trabajos corporales (se refiere al frío, al calor, el cansancio, la escasez de alimentos, las incomodidades, etc.). Es de verdad formidable este aspecto tan humano de una personalidad recia como la de la santa, que además nos abre al misterio de la enfermedad con los ojos compasivos con que requiere ser mirada.
Cuando a los dolores físicos agudos se unen las penas del alma?entonces, Teresa confiesa humilde y llanamente que se le olvidaba todo lo bueno y sólo recordaba en la memoria algo parecido a un sueño que termina causando confusión y duda y "empañando" la alegría. Sin mucho esfuerzo parece que nos asoma al misterio de la tristeza de Cristo cuando en su agonía gime sin atisbo ninguno de alegría, "¿Por qué me has abandonado?"?
La alegría teresiana puede llegar a ser una emoción, pero fundamentalmente es un estado. Es la capacidad de entender y vivir la vida en la plenitud de nuestra más honda humanidad. Es compatible con la escasez y los problemas de la vida, aunque los dolores físicos y morales pueden empañarla y reducirla. Es paradójica y aunque fluctúa, nadie nos la puede quitar y es bueno el recordar que, en todo momento y ocasión, es bueno andar con alegría.
Eusebio Gómez Navarro, O.C.D