OPINIóN
Actualizado 02/10/2015
Marta Ferreira

Tras la tempestad sobreviene la calma, eso dicen. ¿Y tras las elecciones autonómicas catalanas o plebiscito encubierto, será así o será el punto de arranque o el punto final de lo que los independentistas catalanes han dado en llamar el "procés"? ¿Quién lo sabe, si es que alguien lo sabe?, yo desde luego no. Pero en todo caso, deberíamos jugar limpiamente, sin las cartas marcadas. Me explico.

De modo artero e inconstitucional el presidente de la Generalitat convocó un plebiscito, travestido de elecciones autonómicas. Era un manifiesto acto de mala fe. Si era ilegal el plebiscito, no hay modo de considerarlo tal, y los que abogamos por la unidad en la pluralidad de España así lo hemos puesto de relieve. ¿Tal vez porque temíamos que los independentistas catalanes podían obtener la mayoría de votos y abocar a lo bestia en una declaración unilateral de independencia, tal vez, no solo por argumentos jurídicos?

Pero las elecciones tuvieron lugar y los resultados no admiten lugar a dudas desde un punto de vista democrático: ganó Junts pel Sí con 62 escaños y un 39, 66 % de los votos, a los que si sumáramos los de la CUP (8,21), estaríamos en un 47,8 % de los sufragios, frente a un 51,6 de los no independentistas. Estos son los hechos, irrebatibles, contundentes, frente a los cuales las opiniones pueden ser libres pero sin contradecirlos, so pena de caer en el fanatismo ciego. Es decir, que desde la perspectiva independentista, no hay ninguna duda en afirmar que los contrarios a la independencia en Cataluña son mayoría frente a los soberanistas. O en otros términos, si lo que convocaron no era una farsa ?que lo era, en términos jurídicos, una ficción inconsistente- desde un punto de vista político, han perdido y deberían arriar velas durante un largo tiempo.

A la par, los unionistas o españolistas, tampoco deberíamos echar las campanas al vuelo o caer en el triunfalismo. Políticamente hemos ganado, pero por poco, y en Cataluña ahora sabemos con claridad que hay una fuerte implantación del independentismo, sobre todo en la Cataluña interior, no la meridional. Y eso qué significa: que no podemos quedarnos quietos como pasmarotes, como hemos hecho en las últimas décadas, con la digna excepción de Ciudadanos (que por eso han obtenido el resultado que han obtenido, nada es casual, los votos se ganan, no se regalan), es decir, hay que darle mucho más la vuelta a la tortilla: hay que recuperar para el autonomismo ?España unida pero diversa, ya sea en forma de regiones o en algunos casos de naciones, que no es lo mismo que Estados- a quienes lo abandonaron por sentirse rechazados o incomprendidos o lo que sea. Hay que dar esa batalla.

Por último, hay principios de los que no se puede abdicar. Dos de ellos son la lengua del Estado y la educación. El castellano es la lengua de todos, también de los catalanes, y no puede ser preterido o marginado en el mundo oficial (en el privado, en Cataluña no hay problema: el castellano y el catalán conviven perfectamente, aunque es verdad que el castellano prevalece porque se leen más los periódicos escritos en castellano o las películas u obras de teatro en esta lengua a las que acude libremente el público): la enseñanza debe asumir ambas lenguajes en convivencia, no en disputa, y la Historia no hay que contarla unilateralmente como cantera de futuros independentistas.

Nos la jugamos. No perdamos nuevamente la partida.

Marta FERREIRA

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