OPINIóN
Actualizado 02/10/2015
Eugenio Sánchez Redondo

   Llega con su capa de melancolía, con regusto a uva guareña. Con el sabor de la tierra mojada tras el veranillo de San Martín, vivirá con nosotros algunos meses sin pagar alquiler.

   La luna más grande le trajo hasta aquí. Comienza a rebuscar entre los armarios la ropa de entretiempo.

   Irá desnudando las ramas y los ceñiglos se irán secando en lo alto del campanario.

   Se instala en nuestros cuerpos con un suspiro, nos acompaña como una madre lleva de la mano a su hija al lugar en el que los niños comienzan a dejar de serlo.

   Tiene ya sus años como testigo de tiempos modernos y tiempos pretéritos, pero guarda silencio sobre la huella que deja en nosotros nuestros hechos.

   Su paso es pausado y el sombrero de copa le dota de cierto aire de misterio. Su condena o bendición es vivir eterno y solo.

   Otoño.

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