Un problema es menos problema cuando este no se ve directamente. Los refugiados que ahora se agolpan en las fronteras de la Unión Europea evidentemente ahora lo son para nuestro mundo. Un gordísimo problema. Están ahí al lado y las fotos y las televisiones nos lo recuerdan a diario. A cada momento. Luego están los que no salen en los reportajes. Los que andan por Turquía, los de Jordania, los de Líbano y tantos de África (que han estado casi siempre ahí). Esos que parecen ser los problemas de otros.
Aquí ahora buscamos soluciones urgentes para los que vienen y los que ya están dentro. Y parece no las encontramos fácilmente. Entonces ante el desacuerdo casi generalizado, los países del problema inmediato y candente (léase Hungría, Serbia, Croacia) les da por cerrar la puerta y poner la barrera en la frontera inmediatamente anterior. Eso de que se empuje el problema más atrás y más atrás, hasta el origen mismo, acaso si se pudiese. Pasárselo al anterior. No verlo.
Posiblemente no es la mejor solución ni la más ética. Pero sirve de justificación mientras el problema no avance. Esa es la incómoda solución para Europa. Mientras pensamos, adobamos la cuestión y decidimos en común. Y es que no sabemos bien qué hacer. Nos pilla a pie cambiado. Como siempre sucede en estas cosas de política humanitaria. En este terreno es donde más ingratamente se hace política. Y eso se nota. Aquí no puede haber diatribas ni demagogias posibles (no es el toro de la vega, precisamente). No da demasiados réditos electorales el asunto en cuestión. Ese marrón que se lo coma el gobierno (que para eso tiene obligación, nos decimos) o la Merkel que parece mandar todo y en todos. Y mientras tanto, a las puertas mismas del paraíso se agolpan miles, decenas de miles, que pronto serán millones y los porteros de turno que se nos siguen volviendo locos. Arreglemos esto, por favor.