OPINIóN
Actualizado 27/09/2015
Soraya Herráez y Rebeca Martín

Entre el amplio abanico de formatos y géneros que nos ofrece la literatura infantil y juvenil, nos llama poderosamente la atención el de los álbumes sin palabras, auténticos imaginarios para lectores curiosos que deben dejarse llevar por lo que le sugieren las ilustraciones para navegar a través de ellas en el mar de su propia imaginación.

Algunos de estos libros de imágenes son aventuras para los más pequeños. Permiten jugar al escondite, descubrir detalles en cada una de las ilustraciones e incluso cantar junto con el personaje protagonista mientras se disfruta de todas y cada una de las sorpresas que esconden sus páginas. Un buen ejemplo lo encontramos en la colección Veo, veo de Guido Van Genechten, publicada por la editorial Edelvives. Todos y cada uno de sus títulos son lecturas, juegos, imaginarios, canciones y en general, una ventana abierta a la creatividad.

 

Otros, como las historias visuales de Iela Mari, trabajan desde la sencillez de imágenes fácilmente reconocibles para los más pequeños y juegan a transformarse a medida que avanza la lectura. Con ellas, el lector disfruta de una historia sin palabras pero con una clara evolución que conduce a pensar que todo tiene un principio y un fin, pero a veces el propio fin es el mismo principio.  Nos gusta especialmente jugar con El globito Rojo de Iela Mari, publicado por la editorial Kalandraka, y descubrir cómo las palabras multiplican el significado de sus sencillas pero bellas ilustraciones.

 

Y por último, hay otros títulos que llegan a nuestras manos por casualidad. Así pasó con El niño y el aeroplano, una historia de Mark Pett publicada por la editorial chilena Gata Gorda que descubrimos a través de las manos de Manuel Peña, especialista en LIJ. Es un álbum delicioso que habla del crecimiento y del regalo de la vida. Un recorrido tranquilo por el paso del tiempo a través de la figura de un avión y, como no, de los ojos de un niño, que nos permite recordar que todos llevamos siempre un niño dentro. Os dejamos con nuestra propia versión de la historia.

 

Para terminar hoy os invitamos, como sincera despedida, a que nunca dejéis de crear vuestras propias historias.

Rebeca Martín

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