OPINIóN
Actualizado 25/09/2015
Estefanía Rodero Sanz

Quienes nacimos en los ochenta y vivimos nuestra infancia entre bolas de cristal y canciones de Radio Futura y Hombres G, guardamos retazos, confundidos con las cosas que realmente importan, de aquel Felipe González, unido siempre a Guerra, que aparecía en la tele a la hora de comer. Mezclo en mi memoria infantil aquellas caretas de Margaret Thatcher, Ronald Reagan y Felipe González que daban tanto miedo en el carnaval que se celebraba en la Avenida de Portugal, hoy un simple recuerdo.

Me pregunto cómo este personaje que el tiempo ha desenmascarado para desilusión colectiva de un país fue capaz de aglutinar sobre sí la gran capacidad de nuestra gente para quitarse de encima décadas de naftalina y olor a cerrado.

La banalización de la dictadura de Pinochet con la que ha indignado a las asociaciones de defensa de los derechos humanos en Chile, el delirio de sus declaraciones mezclando el terror estalinista con la campaña autonómica catalana, así como su indudable sintonía con el Partido Popular que aplaude con fervor alguna de sus cartas, no puede generarnos otra cosa que sonrojo junto a la tristeza inevitable que vemos en nuestros padres al reconocer junto a ellos la degradación de un tiempo y un régimen del que sólo queda ruina y moho.

 

Que traicionara como traicionó la ilusión de tanta gente a fuerza de puertas giratorias, consejero en Gas Natural, que convirtió los lazos de confianza con América Latina en suculentos contratos para multinacionales. Que pegase el pelotazo en Indra ,donde colocó estratégicamente a su hijo, cuando fue él mismo quien la creó mientras era presidente. Que en nombre del socialismo iniciase una carrera de privatizaciones sumándose a la pendiente sin fin de la socialdemocracia europea, quién lo puede negar.

 

Socialistas de élite que se han forrado en nombre de los trabajadores y que dejaron de hacer política para la gente real hace demasiados años. Aparece Felipe en este 2015 como un fantasma descompuesto, sombra descolorida de un tiempo que estamos a pocos meses de superar gracias a una sociedad consciente de la traición, que se ha puesto en pie y se despereza.

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