Sin viajar a las entrañas de nuestra guerra, donde existen ejemplos válidos para todas las guerras, en otras también prevalece un instante, una imagen, un Aylan que se te queda grabado en la memoria. En nuestro caso, antes de Aylan, la guerra no era un ni
Años atrás, leyendo un reportaje del Chad, país al sur de Libia que no sé si conoce la paz, los rebeldes intentaron tomar de manera violenta ?como siempre actúan los rebeldes con razón o sin ella? la capital del país, pero lo relevante no es que aquello tuviera o no tuviera éxito, que no lo tuvo, sino descubrir que los auténticos perdedores no estaban en ninguno de los dos bandos, los perdedores, también como siempre, estaban entre la población civil.
Es posible que con tantos conflictos como existen en el mundo alguien piense por qué tengamos que acordarnos de una guerra en la que no estaban en juego nuestros intereses ?la misma filosofía por la que no se mueven a la solidaridad muchos países del mundo, sobre todo ex soviéticos o del Golfo acostumbrados a ser un búnker irreductible?, pero de aquel conflicto del Chad me llamó la atención la manera en la que explicaba la guerra una de esas pacientes víctimas colaterales que de motu proprio nunca entrarían en una batalla más allá de la dialéctica: "en la guerra nadie es neutral; si en tu casa entran los rebeldes, toman una cama, comida y algo más de lo que se quieran apropiar, ante las armas no puedes hacer absolutamente nada, y lo peor de esa humillación no es la humillación en sí, sino que después Gobierno o Ejército te etiquetan de colaboracionista, con lo que para sobrevivir sólo te queda la huida". Y aunque la guerra también cae del cielo, como ven, esta explicación es todo un vademécum.
No es otra, es ésta la receta con la que llegan a Europa los miles de refugiados que huyen de la guerra: "nadie es neutral". Y en esta calle Estafeta en la que si no corres ya sabes el destino que te espera, saltas vallas, rompes concertinas o te alías con los diablos de las mafias para poder celebrar tu próximo cumpleaños, al que no has faltado nunca y que por ese innato instinto de supervivencia quieres seguir asistiendo. Y no es tarea fácil, lo que antes eran botonaduras ahora ya son cremalleras, y como no existen reglas del juego y al parecer vale todo, lo peor es el engaño: los trenes vienen con banderas alemanas y no son ni tales trenes ni tales banderas, los autobuses te invitan a viajar para llevarte donde tú quieres y el destino es el mismo del que procedes, o sea, cambio de fronteras, de Croacia a Hungría, y allí vuelta a empezar.
Las fuerzas ya no son las mismas y la cara del terror se va apoderando de los niños y de los ancianos, que ya no entienden nada. Sin embargo, no hay vuelta atrás. El factor empuje de la guerra que dejaste atrás es mucho peor que el factor de llamada. Te atas para no escuchar cantos de sirenas que te lleven a esperas desesperanzadas en campamentos de refugiados. Tu norte es Alemania o Suecia y en su defecto Austria, que es donde hay trabajo y donde se puede desarrollar una profesión cualificada, porque afortunadamente los refugiados sirios ?la "gran clase" ya se acomodó en estos cinco años de conflicto? en general no son una emigración "marca blanca" como la que al parecer habita el Gurugú y salta la valla de Ceuta o de Melilla, ¡qué paradoja, marca blanca!, gente a la que nadie reclama para darles trabajo y de los que ni siquiera se sabe quiénes son emigrantes y quiénes refugiados. Pero éste es otro problema.
Ahora, los refugiados son sirios (aunque también viajan iraquíes y de Afganistán), y como no queremos realizar un artículo lleno de tristeza y hablar de que el invierno apremia y los niños y los viejos no pueden esperar más en el limbo de las vallas, vamos a referirnos a ese destino que a veces se burla de ti y que, sin saber que eres un entrenador de fútbol, una Sara reportera te pone la zancadilla (perdón, señora de Íker, tú nunca harías esto) y te descubren ese oficio que llevas oculto y que te trae a Getafe para enseñar lo que sabes. ¡Bienvenido, Osama!