OPINIóN
Actualizado 21/09/2015
Antonio Matilla

La foto que ilustra ?o embarulla- estas líneas está tomada desde la habitación de un paciente y amigo en el Hospital Clínico, al que deseo una firme y pronta recuperación. Hace un par de meses todavía se podía tender la vista y dejarla descansar en el horizonte no demasiado lejano de los árboles del Paseo de San Vicente; ahora la sensación primera es de claustrofobia: las obras de remodelación del complejo hospitalario están asediando al antiguo edificio y amenazan con cercarlo y encerrarlo totalmente.

No seríamos hombres de nuestro tiempo ?prescindo deliberadamente del lenguaje de género, tan políticamente correcto como innecesario- si nos conformáramos con esta sensación primera, porque detrás de ella, ahora que las habitaciones del hospital están a pique de quedarse sin luz y vistas naturales, se nos impone otra mucho más luminosa: la esperanza. La esperanza es una virtud escasa y poco adaptada a estos tiempos de vértigo porque exige por una parte conciencia del pasado, memoria, en segundo lugar requiere tomar nota de la evidencia del presente y debe tener certeza de alcanzar un futuro razonablemente mejor. Es importante este detallito de la razonabilidad para no construir castillos en el aire y no desilusionarse fácilmente.

El pasado del Hospital universitario salmantino es, por lo general, brillante y los defectos que de él proceden, corregibles. El presente es caótico y sufriente y es de maravillarse el hecho de que los médicos, enfermeras, auxiliares, administrativos y personal de servicios puedan llevar a cabo una atención digna, eficiente y personalizada de cada paciente en medio de los recortes financieros consecuencia de la crisis económica, de la obra de reforma paralizada durante tantos años y del galimatías que llevan consigo las obras reanudadas. No es por presumir, pero los pacientes y nuestros familiares merecemos una medalla al civismo y a la paciencia y puede que nos merezcamos una colleja por aguantar demasiado sin protestar apenas y sin exigir un poco más a nuestras autoridades sanitarias.

En cuanto al futuro, hay esperanza. La esperanza procede de la calidad científica e investigadora de los equipos médicos, de la profesionalidad y humanidad de enfermeros, auxiliares, asistentes sociales, capellanes, administrativos y personal de servicios; también de sus sindicatos que, con ideas diversas entre sí, buscan todos lo mejor para el paciente; nuestros políticos, aunque tengan planteamientos matizados, parecen estar de acuerdo en mantener y potenciar que el complejo hospitalario de Salamanca siga siendo referencia importante en la Comunidad Autónoma.

La fuente de esperanza más potente, ejercida con más firmeza y paciencia, procede del otro lado de la cámara, del interior de la habitación, de la persona de mi amigo y de todos y cada uno de los pacientes que pasamos por el complejo hospitalario; la dignidad de cada uno está amenazada por el sufrimiento y la enfermedad y todos debemos empeñarnos en restaurarla sin politiquerías, sin ahorrar esfuerzos, con ilusión apoyada en un trabajo bien hecho. Pero todavía quedan años de paciencia. ¿Serán todavía muchos?

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