OPINIóN
Actualizado 20/09/2015
José Román Flecha
"Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opome a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida". El libro de la Sabiduría coloca estas palabras en labios de los impíos (Sab 2,12).
Han pasado más de veinte siglos, pero este modo de pensar se repite con frecuencia en nuestro mundo. Son muchos los que acosan a los justos hasta el martirio.
? Así reaccionan los poderosos cuando perciben que hay ciudadanos que aman la justicia o la vida y  la familia que ellos han decidido aniquilar.
? Así reaccionan algunos medios de comunicación cuando descubren  personas que aman la verdad y no aceptan la mentira o los silencios que tratan de amordazarla. 
? Y así reaccionan  algunos miembros de la familia, cuando ven que otros les presentan un camino que ellos han decidido rechazar, porque contradice sus gustos y decisiones.
 
LA ENTREGA
 
El evangelio que hoy se proclama (Mc 9, 30-37) nos presenta en cuatro pasos simétricos un fuerte contraste entre la conciencia de Jesús y la de sus discípulos. 
? Jesús es bien consciente de la suerte que le espera. Su vocación es la entrega por los hombres. Él sabe que va a ser entregado en manos de los que buscan su muerte, pero a los tres días resucitará.
? Sus discípulos no llegan a entender el lenguaje de Jesús. Sin embargo, alguna sospecha les hace temer lo peor. Por tanto, ni siquiera se atreven a preguntar a su Maestro por el verdadero sentido de sus previsiones.
? Los discípulos van haciendo camino con Jesús. Sin embargo, el seguimiento no comporta todavía la adopción de su misión. De hecho, durante el camino están muy interesados en discutir quién de ellos es el más importante.
? Jesús explica pacientemente a sus discípulos la clave de toda primacía. Él es el Maestro y el modelo. Él es el mensajero y el mensaje.  Quien quiera ser el primero entre todos, ha de estar dispuesto a servir a todos, como Él ha hecho.
 
LA ACOGIDA
 
 El evangelio incluye un texto que, al parecer, no tiene mucha relación con lo anterior. En realidad es una parábola en acción para explicar la primacía en términos de servicio y acogida.
? "El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí".  El niño se presenta aquí no por su encanto y simpatía, sino en razón de su desvalimiento e indefensión. Acoger al débil es acoger al mismo Jesús.  
? "Y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado".  Jesús no es solo un profeta enviado por Dios. No basta reconocerlo como tal para ser cristianos. El enviado se identifica con el que lo ha enviado. Solo acoge su divinidad quien está dispuesto a acoger su humanidad.
- Señor Jesús, mientras vamos haciendo camino nos enzarzamos en discutir sobre nuestros derechos y privilegios. Ignoramos tu ejemplo. También nosotros te rechazamos porque nos incomodas. Danos humildad para acogerte y servirte en los más débiles. Amén.
                                                                                                                          José-Román Flecha Andrés

PARA UNA POLÍTICA ECOLÓGICA

 
Son muchos los problemas por los que pasa hoy la atención a la creación. En su encíclica Laudato si', el Papa Francisco no se limita a extender un elenco de los desafíos éticos que nos plantean la moderna tecnología, la economía o nuestro afán de consumo y despilfarro. Piensa en un mundo más vivible y más justo. Y nos propone el ideal de un mundo más humano.
Para lograr esa meta será preciso apelar una y otra vez al respeto y a la responsabilidad sobre el medio ambiente en el marco de la política internacional (LS 164). La encíclica recuerda que son ya numerosos los encuentros y las cumbres mundiales, que se han venido celebrando con la finalidad de salvar el planeta tierra (LS 166-171).
Estos proyectos parecen reflejar las preocupaciones y los intereses de los países desarrollados por mantener un crecimiento sostenible de la producción. Pero la encíclica afirma que también hay que tener en cuenta las necesidades de los países pobres, que tienen como urgente prioridad la erradicación de la miseria (LS 172).
Ahora bien, aun sin ignorar el ámbito internacional, esas actitudes y compromisos relativos al respeto al ambiente deberán hacerse notar también a la hora de tomar decisiones en el ámbito nacional y en el entorno local, donde con frecuencia se asiste a casos de abandono o de corrupción (LS 176).
Con todo, no basta con evitar el mal. El Papa sugiere tres tareas o metas que deberían orientar tanto las politicas nacionales como la administracion local: "Pero el marco político e institucional no existe solo para evitar malas prácticas, sino también para alentar las mejores prácticas, para estimular la creatividad que busca nuevos caminos, para facilitar las iniciativas personales y colectivas" (LS 177).
Alentar, estimular y facilitar: he ahí tres palabras claves para una política común y responsable. Precisamente en este ámbito local, tan cercano a los ciudadanos y tan determinante para su vida diaria, es preciso favorecer la transparencia en el proceso de decidir sobre la naturaleza y sobre el ambiente.
Seguramente todos nos hemos preocupado alguna vez por las vías de tráfico o bien por las políticas agrícolas. Es evidente que en esos terrenos la experiencia diaria de los ciudadanos habría de contar mucho a la hora de considerar su ideal de calidad de vida y el ámbiente natural en que ésta ha de encontrar su mejor espacio (LS 182-188).
Por supuesto, todo esto no es fácil. Así que, como compromiso intermedio, debería instaurarse una mesa de diálogo entre la política y la economía en beneficio de la felicidad y de la realización de las personas concretas (LS 189-198).
Nadie puede ni debe sentirse excluido del círculo. Este es un diálogo que también deberían establecer y cultivar las religiones entre sí. Y un diálogo que las diversas religiones habrían de  entablar con los representantes de las ciencias y de la técnica (LS 199-201). 
                                                                        José-Román Flecha Andrés  
 
 
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