OPINIóN
Actualizado 20/09/2015
José Luis Puerto

A lo largo de septiembre, oleadas sucesivas nos van introduciendo a todos en la normalidad del curso y de la vida cotidiana, rota por la excepcionalidad del verano. Metafóricas y reales oleadas que nos devuelven a la costumbre, a la rutina, a aquello que conocemos, a las gentes con las que nos relacionamos.

   Es una recuperación del día a día, del pulso de aquello que amamos, que estimamos, de ese hilo imperceptible de los días a través del cual el tiempo transcurre como la seda, sin que apenas nos demos cuenta. Y, entonces, cuando la seda comience a mostrar esa suavidad que la caracteriza, se nos irán pasando las semanas y aun los meses, sin que nos enteremos.

   Pero esos sucesivos oleajes septembrinos con que la actualidad nos va haciendo arribar a la playa de la normalidad van acompañados de rumores, que es bueno traer a estas líneas.

   Uno de los trágicos oleajes, este, sí, real y sobre el que ya habláramos, es el que arrojó a las playas turcas al niño sirio que huía con los suyos de la guerra, un ángel muerto devuelto por las olas, con toda su carga trágica de inocencia y misterio.

   Otro oleaje era el que estos días de atrás, tan recientes aún, traía al espacio universitario a Mario Vargas Llosa, que, a algunos salmantinos, les interesaba no por ser un extraordinario novelista contemporáneo en castellano y premio Nóbel, sino por el morbo de tener una mujer, no menos célebre que él en nuestros pagos, que ha sido esposa y pareja de no sé cuántos famosos. Es decir, Vargas Llosa no interesaba tanto por su portentosa obra, sino por ser hoy desgraciadamente pasto de la prensa rosa. Pero la literatura no tiene nada que ver con ecos de sociedad, tan acentuados en una sociedad tan morbosa como la española de hoy, sino con esos ecos de soledad, que despiertan los libros en quienes los lee en silencio y demoradamente.

   Estos días de septiembre nuestros niños, adolescentes y jóvenes han ido entrando escalonadamente en las aulas, para comenzar el nuevo curso, sometido a la enésima ley educativa de un país que no es capaz de realizar de una vez por todas un pacto por la educación, y que lo respeten las distintas banderías que entren a gobernar. Una asignatura pendiente de nuestra democracia. Y de las más importantes, por cierto.

   Y, al hilo de este oleaje, me llegaba el rumor de lo que las autoridades educativas francesas actuales quieren impulsar e intensificar en las escuelas a partir del presente curso: aumento de la lectura, de las redacciones, de los dictados, del cálculo mental..., esto es, afianzamiento ya desde la niñez de una raíz sólida de conocimiento; en lugar de pensar, como los papanatas o palurdos de nuevo cuño ?y aquí entre nosotros se estila mucho esto- que hay que introducir, por encima de todo, en las aulas las tabletas, los ordenadores, las pizarras digitales y otros artilugios por el estilo..., para sumergirnos en lo que va a ser la ignorancia de nuevo cuño, que ya se detecta en la sociedad.

   En fin, cuántos oleajes nos trae este septiembre, un mes ritual de entrada, de vuelta a la normalidad, de irnos ajustando a la horma de ese zapato social que todos, de un modo u otro, calzamos.

   Y tales oleajes son los que nos llevan, los que nos traen, los que nos devuelven, en el fondo, a lo que más amamos: esa vida regulada, pautada, serena, en esa plaza de la fraternidad en la cual, con los demás, existimos.

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