Una y otra vez, sí, ese dilema del prisionero, esa interdependencia que nos atrapa por mucho que algunos se crean que lograrán ser como dioses, libres, independientes. La expulsión del Paraíso ya dejó esas cosas claras. Ahora lo repentizo por la noticia de que las compañías aéreas van a restringir el tamaño de la maleta del equipaje de mano. Se veía venir. En los vuelos que tomé este verano (los de low cost que son mondantes, como un autobús en hora punta, pero qué quieren, el peculio no alcanza) la gente abundaba en ese concepto de yo a lo mío sin percatarse de que acabarán pillados como todos. Vamos, que a pesar de las restricciones de equipaje alguna gente llevaba tamañas maletas en cabina, medio disimulando, que constituían un engorro para todos. Las colas se alargaban y al final la tripulación tenía que recoger el equipaje de mano de los espabilados que entre la gran mochila con aperos colgando, el ordenador, el bolso y lo comprado en el duty free ocupaba medio avión.Ahora nos enfadaremos con las compañías aéreas en lugar de con nosotros mismos, que matamos otra vez la gallina de los huevos de plástico, lo digo por lo de las bolsas del equipaje.
No sé si es necesario recordarlo pero por si acaso aclaro que el paradigma del prisionero (tan caro a las ciencias sociales como la Economía, no sólo a la Psicología) se produce cuando la policía detiene a dos o más sospechosos y rápidamente los separa para que no se comuniquen porque, aunque tienen algunos indicios incriminatorios busca una confesión. Lo más fácil para el detenido es decir, yo no fui, fue él, (yo no pago impuestos, que los pague él; yo no acojo refugiados, que los acoja él) pero ¡ojo! si el otro dice lo mismo los dos al trullo por un montón de años. Así que hay que andarse con ídem a no ser que sepamos que el otro va a confesar, que es un primo, vamos, que se va a comer el marrón, y así podremos irnos de rositas. Es importante destacar que con quien está jugando ese prisionero no es con la policía sino con o contra ese compañero detenido con el que comparte imputación o patio de vecindad, o ciudad.
Como nadie quiere ser un primo (en inglés dupe, creo, y en francés yo diría con, pero habrá una palabra similar en la mayoría de los idiomas) pronto todos, al ver lo que hacen los espabiladillos, dejaremos de ser cuidadosos al hacer nuestras maletas para la cabina del avión? y las low cost nos cobrarán más. Y todo porque algunos fueron de listillos creyendo que pagaríamos los primos. Al final, y esto es lo importante, perdemos todos, también los listillos.
Los ejemplos son infinitos. El de los impuestos es evidente (casi todos aceptamos pagar confiando en que paguemos todos), pero los temas de la solidaridad y de mercado también andan por ahí y no me quiero liar con lo de las balanzas fiscales. También lo de yo dejo aquí mi bici el primero en medio de la acera porque casi no molesta, una sola?, y lo de voy por el arcén en el embotellamiento pero lo que ha acabado de motivarme a escribir de nuevo sobre ello es este dilema de los cajeros automáticos que dispensan dinero. Ya verán como al final perdemos todos. Y el principio que subyace es parecido por mucho que lo envuelvan de derechos del consumidor. Dicho de otra manera, como un servidor saca el dinero contante y sonante o más bien crujiente en los cajeros de su entidad pues no paga los dos euritos de cargo. Muchos ciudadanos se ríen de mí por las comisiones que pago en mi entidad y ellos no, caso paradigmático el de ING, pero ING no tiene cajeros y usa los? míos, por decirlo así. ING pagará algo a mi banco pero no lo suficiente -piensa ahora éste- y como ING no querrá perder su política de cero-comisiones que le allega clientes pues se inhibe. Así que soy yo el que los paga. Y yo, claro, que no quiero ser un primo preferiría que los pagaran los de los otros bancos. Como no es fácil que quiten los cajeros ni que ING los ponga pues acabaremos pagando todos más de una manera más o menos camuflada.
No debemos olvidar que lo que convierte en verdaderamente relevante ese tipo de juegos es que en la realidad se repiten, y se suelen repetir con los mismos jugadores, es decir, que ya nos vamos conociendo y aprendiendo de qué pie cojea cada uno, cada colega de la pandilla (aunque con los amigos rigen otras reglas), cada compañero de clase, cada vecino de la comunidad, cada ciudadano, cada país o nación, con perdón.
A mí esto del dilema del prisionero me suena cada vez más, al castizo "Ande yo caliente?"; pero el problema es que me temo que acabará en un "y se acabó la leña".