Salamanca es ciudad añeja y eso se nota. Hay piedras por todos lados que nos dan lustre y envidia a los que nos visitan. Algunas están revisadas, muy cuidadas. Otras no tanto. Y alguna que se nos cae y no mata a quien debajo pasa de puro milagro. Hace bien poco sin ir demasiado lejos. Una joven con el pie maltrecho pero bendiciendo su suerte por no haber sido alcanzada en la cabeza.
El informe pericial de los bomberos parece apuntar esta vez a la zona de uno de los nidos de cigüeña en los altos de la Clerecía. Y es que todo no se puede controlar. Ser tan benevolentes con las cigüeñas (y otras especies animales) trae estas cosas. Es cierto que las aves tienen esas costumbres de anidar por allí. También es cierto que tocar un animal en estos tiempos tiene su pena y su repulsa por gran parte de la sociedad. Pero volvemos a confundirnos. Creo yo.
Antes, algún nido era derribado cuando dañaba tejados y amenazaba seguridades personales. Y antes también, no había el excedente cigüeñil y de palomas y estorninos que tanto molesta y perjudica ahora. Depredadores de aves ciudadanas, muy poquitos hay (algún halcón que soltaron que ya se hizo más urbano y acomodado que el autobús, y pocos gatos de los escasos que quedan sueltos). Entonces pongámonos el disfraz de animal racional inteligente y hagamos algo al respecto. Que sí, que se puede hacer. Controlar plagas de aves (como se controlan las ratas o las cucarachas o las abejas haciendo panal con reina nueva) de manera inteligente y eficaz. O en su defecto sugiero hablar con el representante de los animalistas de estos pagos (y el de los animales mismos mejor, que para qué vamos a andar con intermediarios, el de cigüeñas, estorninos y palomas) para hacerles ver muy educadamente que deberían andar por otros lugares sin dañar ni molestar tanto a los animales humanos que pasamos por debajo de ellos. Por el bien mismo del patrimonio nuestro que tanta satisfacción y dinero nos da, y por el bien de los paseantes que por allí abajo anden tranquilamente.