OPINIóN
Actualizado 16/09/2015
Manuel Alcántara

Leo que es un fenómeno por el cual la rotura de los materiales bajo cargas dinámicas cíclicas se produce más fácilmente que con cargas estáticas. Es decir, una firme presión constante se aguanta mejor que pequeños apremios que concurren de manera esporádica. Nuestro ciclo vital está lleno de estos últimos y, como estos días ocurre, el inicio de un nuevo curso nos lo recuerda sin piedad haciéndonos sentir que la nueva vuelta de tuerca nos acerca al límite de nuestra capacidad de aguante. Si los ingenieros saben que el denominado límite de fatiga puede suponer para cualquier tipo de material la aparición de una grieta, nosotros también somos conscientes de cuando nos aproximamos peligrosamente al límite. Una grieta es el anticipo de la fractura. La fatiga es la premonición del final.

Frente al escenario de personas que soportan pesadas losas en forma de enfermedades crónicas, propias o de un ser querido muy próximo, o que aguantan circunstancias negativas permanentes derivadas de un determinado legado social o económico que es difícil de revocar, existe aquel otro donde los individuos soportan numerosas cargas livianas ocasionales que, no obstante, acumulan una cadencia indudable. Las relaciones sociales, más incluso las laborales, pergeñadas de equívocos, de despistes funcionales, la ignorancia con que nos aproximamos a fenómenos nuevos, las consecuencias inesperadas de actos acometidos a la ligera, la mala fe, constituyen un cúmulo de elementos cuya intensidad se acentúa con el transcurso del tiempo. La edad que contribuye a urdir la sobrevalorada experiencia es un nefasto factor de desgaste.

Charlas con unos y otros pueden ponernos avizor y ser un eficaz indicador del estado en que se encuentra el material del que estamos constituidos; sin embargo a menudo somos sordos. Ensimismados en la rueda de la rutina no nos percatamos de lo que se mueve a nuestro alrededor y de la forma en que contribuimos a su deterioro porque las fisuras comienzan a aparecer sutilmente. A veces apenas si esgrimimos un comentario entre dientes que refleja nuestro estado mental en clave de una postura elegante que nos hace sonreír. Déjà vu, musitamos henchidos de orgullo sabihondo, pero la fatiga está ahí, más presente que nunca, y el nuevo curso es el aldabonazo que apenas nos despereza. Seguiremos en la brecha, pero no podremos engañarnos porque sabemos que estamos a punto de alcanza una dimensión crítica de la grieta antesala de la rotura.

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