Si en algún momento de estas columnas me metí en el charco de la Solidaridad, ¿por qué no hacerlo ahora en el barro de la Militancia?
Y digo "barro", sin ninguna intención despectiva sobre los actos de las personas que nos consideramos militantes, ni mucho menos haciendo crítica de ella, líbreme quien tenga que hacerlo de pensar que esa fuera mi voluntad?
Digo barros, porque en los tiempos que corren, parece que tenemos que pedir perdón por ser personas militantes, por tener ideología, por tener criterio, pensamiento, reflexión, compromiso y por supuesto fe con y por alguna causa, por algún objetivo o por algún fin, individual o colectivo, social, político o sindical y por qué no, religioso.
Parece que debemos justificarnos en cada acto de expresión reivindicativa, de protesta o de inconformismo que llevamos a cabo, o por creer en otra forma de pensar o de hacer las cosas que nos afectan o nos condicionan.
Militancia también es sinónimo de activismo, y no me refiero al exceso de actividad ni a la obsesión, ni a la exageración en nuestras formas. Militancia es estar en predisposición, estar permanentemente en el camino del objetivo, defender las ideas, las razones, las creencias y los métodos, desde el respeto, la libertad, la convicción y la unidad.
Sin duda, en el contexto actual en el que se encuentra nuestra sociedad y la ciudadanía, ¿por qué no somos capaces de conformar ideas conjuntas, desinteresadas y gratuitas que nos ayuden a elaborar expresiones y estrategias en defensa de nuestros intereses más básicos, esenciales y dignos, como son el trabajo, la vivienda, el derecho a la libertad, de expresión y de actitud, derecho a la salud, a la educación, a una vida digna?
La militancia no tiene porque ser entendida solamente desde la defensa y el trabajo dentro de una organización, partido político o asociación, también podríamos pensar y defender que puede y debe haber una militancia personal y propia, donde cada individuo sea libre de luchar por sus propios fines, teniendo en cuenta que los propios al final deben terminar siendo los de nuestros semejantes.
Y no hablo de individualismo, sino de militancia con nuestros propios principios, porque todos y todas sabemos, que aunque el sentido común es, a veces el peor de los sentidos, aplicando este sentido común, todos tenemos un grado de valor de la justicia, de la honradez, de la lealtad, de la sinceridad y de aquellos sentimientos y valores personales que expresamos garantizando no invadir la intimidad de las demás personas.
Militancia también debe ir acompañada de compromiso, de constancia, de voluntad y altruismo. Debe estar marcada por el desinterés y la convicción, pero no solamente de ideas, sino de objetivos, de justicia y de igualdad entre los iguales.
¿Por qué vivimos en un mundo de resultados inmediatos?, ¿por qué cualquier objetivo a largo plazo nos parece inalcanzable?, ¿por qué desistimos con desprecio antes los primeros fracasos?, ¿por qué damos paso a la frustración cuando algo se nos escapa o ya no depende de nosotros mismos?, ¿Por qué nos cuesta tanto levantar la cabeza cuando defendemos nuestras ideas?
Cuando ejercemos la militancia, damos algo de nosotros mismos, hacemos crecer la utopía de que todo es posible, alentamos al optimismo y compartimos nuestra esperanza.