OPINIóN
Actualizado 13/09/2015
Aniano Gago

La televisión es el mayor invento del siglo XX y lo que llevamos del XXI. Por supuesto que el señor Fleming y su penicilina tiene un hueco especial en nuestros corazones, pero la tele cambió nuestras vidas para siempre. De pronto nos llegó al salón de casa lo que pasaba por la rúa y ahí seguimos, viendo lo que acontece sin movernos. Ya sé que habrá gente que piense que el móvil, por ejemplo, puede igualarse a la tele, y otros trabajos científicos pegados a la salud que nos han salvado de una muerte precipitada. Pero yo sigo creyendo que la televisión es algo descomunal, algo espectacular, algo increíble. Que veas sentado en el sofá de casa, con un gin tonic al lado ( otro gran invento), como entran y salen de la cárcel los políticos corruptos es impagable. De hecho, en los albores la tele nació como espectáculo, hasta que el asesinato de Kennedy hizo dar un giro informativo al invento: pasó a valorar más las noticias, los informativos, que el circo o los festivales de la canción. Con el tiempo, la televisión ha evolucionado hasta fusionar ambas cosas: ahora lo informativo se ha convertido en espectáculo. Lo mismo una guerra en los confines del mundo que un asesinato o que un accidente aéreo. Nada ya nos es ajeno, y por eso hemos pasado a llamar a todo esto mundo global.


Al mismo tiempo las naciones se juntan en asociaciones grandes para la unión económica o la defensa, después de descubrir que andar por libre era más caro y menos efectivo. Así nace la Unión Europea, o la OTAN,  o la ONU, o la UNESCO. Convencidos de que es cierto de que "la unión hace la fuerza", el hombre cavernícola, egoísta y ultramontano, se decide por la paz en vez de por la confrontación. Pero, claro, no siempre, que hace veinte años tuvimos aquí al lado la guerra de los Balcanes, algo insólitamente cruel en estos tiempos después de haber vivido en Europa la primera y segunda guerras mundiales o la guerra incivil española.


  Si uno repasa someramente la Historia mundial vemos que no ha habido tregua, y que siempre en alguna parte del mundo el hombre se ha destruido. La pregunta es ¿ por qué? y la respuesta general es porque seguimos pegados al instinto de Atapuerca, o sea, que hemos salido de las cavernas pero nos gusta volver a ellas. De poco nos han valido los discursos de la solidaridad, esos que hablan de que los ricos deben ayudar a los pobres. En ese contexto siguen surgiendo los nacionalismos trasnochados, movimientos aupados por élites que lo único que buscan es enriquecerse y para lo cual no dudan en engañar a sus conciudadanos con artimañas arteras. Son seductores de la emoción, a través de la cultura o la lengua, para hacerse con la voluntad del pueblo, muchas veces ignorante del verdadero objetivo de sus gobiernos, que no es otro que el dinero, siempre el dinero.


   Es el caso de lo que pasa actualmente en Cataluña. Un grupo amplio prefiere ser cabeza de ratón que cola de león, aunque minimicen a toda la sociedad, pero persiguen el objetivo de dominarlo todo: el gobierno, la justicia o la empresa. Muchos de los que están con ellos pasan a formar parte de la capa de privilegiados, pero otros, la gran mayoría, no; esos deben aplaudir y votar mientras la élite se llena la buchaca para sí y varias generaciones. Esos son los héroes a los que aplaude el pueblo. La manipulación, a través de la televisión, ese gran invento, es la clave para que todo eso pueda suceder. La televisión obnubila a todos los espectadores, como hace la TV3 catalana, que dio la noticia de Jordi Pujol, automanifestándose como corrupto, en un minuto y diciendo el locutor?"El Presidente Pujol ha perdido perdón por?.". ¿Se puede tener más cara? ¿Se puede tener menos vergüenza?


   Pero es que los que mandan en esa tele forman parte de ese entramado, son beneficiados de lo mismo. Y curiosamente son gentes que después critican a otras televisiones, a las que llaman franquistas, o cosas por el estilo. Se olvidan con su actitud que así están justificando acciones y comportamientos similares en otros lugares que también debemos recriminar. Las conductas ejemplares, o las negativas, no distinguen fronteras.


Ese es el gran mal del mejor invento: que anula las mentes, elimina la crítica y es capaz de convertir una línea política en una religión. Eso es el nacionalismo de nuestros días: una religión, que como todas las religiones, tiene sus sacerdotes (Pujol, Mas, Junqueras?)y un pueblo que aplaude y cree en milagros. Como ese que les anuncian de que vivirán mejor alejados del resto de España. A  veces el pueblo es muy simple, y se lo cree, y basta que les digan que en Cataluña hay que pagar las autopistas y en el resto de España no. Se olvidan que mientras en el resto de España había caminos de cabras ellos ya tenían autopistas, y que eso además de debe arreglar de otra manera si efectivamente se ha convertido en una injusticia. Pero los sacerdotes del independentismo saben convertir una anécdota, a través de la televisión machacona, en una categoría.


Lo malo es que ese pueblo, en su mayoría, jamás tocará pelo, y sólo servirá para apoyar a los listos, a los que están arriba, a los que se llevan la pasta a casa. Pujol sólo es un caso, pero hay muchos más. Como sucede en el resto de las autonomías, donde se ha producido un ejemplo igual. En Castilla y León, por ejemplo, una élite del PP, generadora de un clientelismo de libro, también gobierna y chupa de forma vergonzante. Una élite que no deja moverse ni a los medios de comunicación, que son lo único que podría ponerles en su sitio. No, que no se sepa, hay que esconder la realidad. En Andalucía no digamos, que hay más corrupción que en Sicilia. O en la Comunidad Valenciana. O en el País Vasco, donde todos callan, nacionalistas vascos y socialistas, porque todos pillan algo, además de los hijos de la violencia, que tantas muertes han causado, y tanto desastre. Ahí están ya, en el poder, lo han conseguido.


La política es muy compleja, y los métodos para llegar al poder, infinitos, pero el hombre de la calle no se entera por donde le llegan los tiros. Cree que sí, y que está informado, y que incluso es listo. Pero no, la realidad le lleva a ser mero comparsa. En Cataluña, en Castilla y León, en Andalucía, en el País Vasco o en la Comunidad Valenciana. En todos los sitios se ejerce el nacionalismo de una manera, y en todos con el denominador común del dinero y el mangoneo de unas élites.


  Cataluña cree en su Victoria, en sus manifestantes, y en sus afrentas históricas. Pero el pueblo llano se olvida que lo que hay detrás encierra un mundo perverso y una caterva de sinvergüenzas que se benefician de la ignorancia. ¡Viva Cataluña libre!, pero de todo este ganado que lo único que viene haciendo desde hace mucho tiempo es empobrecer a una sociedad y a una gente que bien se merece otra suerte que la que quieren darle estos ejemplares que encima han conseguido que los que discrepen de ellos pasen a ser simplemente fascistas, o franquistas, o cosas peores. La sociedad del 3% es igual, o peor, que la de Bárcenas, la de los responsables de los eres de Andalucía y la del resto de los lugares dominados por indeseables. Esta España es una cloaca, lamentablemente. El problema es que lo sabemos gracias a la televisión, pero seguimos aplaudiendo a los nuestros y maldiciendo a los ajenos. Tontos, que somos tontos.  
 

Leer comentarios
  1. >SALAMANCArtv AL DÍA - Noticias de Salamanca
  2. >Opinión
  3. >La España que nos enseña la tele