"Cuando comenzó el paseíllo y allí de charro no había más que el nombre del cartel recordé aquel sueño de Julio Robles, quien siempre guardó culto al toreo y a todo lo charro"
Fue un sueño por el que vivió y ya acariciaba, pero que nunca llegó porque una tarde agosteña, teñida de azabache, quedó para siempre arrinconado cuando murió el torero sobre las arenas francesas de Beziers. Cuando la Fiesta perdió a Julio Robles ya jamás pudo cumplir la vieja ilusión de matar su último toro en La Glorieta vestido de charro para dar realce a esta tierra de sobrias y recias tradiciones. Julio soñaba con ese momento que ya sentía cercano para reverenciar a la charrería y rendir culto a su significado. Y nada mejor que hacer gala de las viejas tradiciones que aprendió de niño y supo ser un guardián para testimoniarlas en el histórico día que se cortase la coleta.
Porque Julio quería irse del toreo vestido de charro, con todo el ritual que ello encierra. Con los botines de la tafilete y la mediavaca en la cintura. Con el chaleco como el que lucían los antiguos vaqueros antes de que llegase desde Andalucía la moda del traje corto y ajase la sobriedad que siempre definió lo charro. Con la solera que se debe tener cuando uno hace algo que se sale de lo normal y entonces se engrandece en vez de desprestigiarlo de no seguir el ritual. Por eso ayer cuando comenzó el paseíllo y allí de charro no había más que el nombre del cartel recordé aquel sueño de Julio Robles, quien siempre guardó culto al toreo y a todo lo charro, como los bailes bajo los sones de la gaita y el tamboril del tío Frejón, que ha sido la máxima leyenda musical de ese folclore y un año que toreó Julio un festival del Carnaval de Ciudad Rodrigo lo testimonió con un brindis de gratitud.
Y con la figura añorada de Robles, otra vez presente, uno miraba a uno y otro lado para sufrir con la estampa de banderilleros que llevaban fajín rojo, al estilo de San Fermín, en vez del negro al uso de Salamanca, que tenía los únicos bordados del vestido. Solamente Javier Castaño vestía con un elegante vestido de la tierra, aunque se desconocen los motivos por los que no lució la chaquetilla, lo que nunca debió hacer. Porque a la corrida desde que se programó le faltó un coreógrafo que indicase los pasos correctos. Y evitar que a Gallo le hicieran un vestido inspirado en el charro de México, que es parecido, pero no igual. Porque el chaleco de aquí nunca va bordado a diferencia del de allí, aunque Gallo fue el único que llevó chaquetilla. Además en una corrida charra y vestidos como tal deberían llevar botines o botos camperos en vez de las manoletinas. Y no digamos a los picadores con el castoreño en lo que fue otro puñetazo a nuestras tradiciones del que quedan fotos que parecen esperpentos. Y es que aquí estuvo un gran fallo al no buscar a alguien que conociera la realidad de nuestro legado cultura para no convertir aquello en una especie de baile de disfraces, que por momentos era lo que parecía. Por eso recordé a Julio Robles y su último sueño que no pudo cumplir para engrandecer el toreo y lo charro en la particular fusión que tenía prevista para la tarde que se cortase la coleta.
Y con esas mimbres los cielos se nublaron para descargar agua por la ira del atentado a la cultura charra y en medio del intenso frío todo se cruzó para que no saliera nada, además del público que asistió ya está harto de esta empresa que ha fracaso de nuevo en esta feria al mirar para otro lado cada vez que le recuerdan los prohibitivos precios de Salamanca. Y ya no salió nada en medio de aquel ambiente en el que hasta los toreros le costó venirse arriba cada vez que lo intentaron. Porque Castaño fiel a su línea de torero poderoso y que lo da todo en la plaza buscó la emoción poniendo a los toros de largo al caballo. Enseñándolos mucho, dándole todas las ventajas, pero no tuvo opción alguna, porque ninguno de los tres le sirvió, aunque al principio el de Paco Galache, con esa preciosa lámina que tantas veces nos hizo emocionar, parecía que iba a ser al final tampoco sirvió. Ni tampoco el de La Ventana, ni el de Aldelaida, en el que echó el resto para tratar de levantar una tarde que estaba caída y solamente un milagro la podría levantar.
Y el milagro estuvo a punto de obrar en el sexto, de Eduardo Gallo. Entonces, ya con la tarde vencida y bajo la fina lluvia que eran millones para el campo, con la gente desertando de la plaza, Gallo lo toreó con mucho gusto sobre la derecha una seria que remató con una sensacional pase de pecho y frenó al personal en su huida. Porque toreó con su personal donaire y elegancia a un 'valdefresno' muy escaso de fuerzas y con solamente tenía potable ese pitón por el que Gallo hizo lo mejor, sin obligarlo para que no se cayese y toreando con suavidad y elegancia. Pero de nuevo se cruzó la espada para dejarlo sin trofeo, como tampoco logró resultado positivo frente al desclasado de Castillejo y al sobrero de Montalvo.
Por eso en cuanto rodó el sexto la escasa gente que quedaba huyó de la plaza como si alguien gritase ¡Fuego!
FICHA DEL FESTEJO
Ganadería: Se lidiaron toros de Paco Galache, de preciosa lámina, complicado; Castillejo de Huebra, desclasado; La Ventana del Puerto, desrazado y tardo; José Cruz, devuelto; Adelaida Rodríguez, exigente, acabó defendiéndose; Valdefresno, desfondado, y Montalvo, jugado en cuarto lugar como sobrero y que no entra en concurso, muy justo de fuerzas.
Javier Castaño, palmas, ovación con saludos y silencio
Eduardo Gallo, ovación con saludos, palmas y ovación con saludos.
Entrada: Un tercio de plaza en tarde frío y lluviosa.
Cuadrillas: Ángel Otero y Fernando Sánchez se desmonteraron en el primero y en el tercero. Destacó banderilleando Manolo Linejo en el quinto. El Trofeo Manolo Chopera al mejor toro del II Desafío Charro quedó desierto.