"Desierto. El trofeo Manolo Chopera al mejor toro quedó desierto en una tarde que fue un auténtico desierto aunque lloviese agua bendita para el campo"
Era la tarde del brillo y de los colores, de las lentejuelas y los bordados, los mantones al aire en los palcos, las mantillas sobre la cabeza y los rodetes en el pelo, los pañuelos en los hombros, las arracadas en las orejas, las horquillas doradas y la filigrana y las veneras en el pecho; los encajes, la mostacilla y los abalorios, las sedas y las muselinas; la tarde de las gabachas y las jubonas, los rodaos, los mandiles y picotes, las faltriqueras llenas de secretos y sueños, las medias de hilo de dieciséis agujas, el zapato fino, las cintas ribeteadas con flecos de oro.
La tarde de las monteras y las gorrillas de embudo, la chaquetilla corta con ribetes y las camisas blancas, pulcras, de lino puro, de hilo fino; los chalecos y las botonaduras de plata, las fajas negras primorosamente bordadas con racimos, flores y pájaros, el calzón ceñido al muslo, la polaina ajustada a la pierna, la gaita y el tamboril evocando los sonidos, el cántico eterno de la tierra y los pitos marcando los latidos a ritmo de jota y charrada.
Detrás, el mimo de las manos que bordaron con precisión cada detalle puntada a puntada; la ilusión de quienes durante meses idearon la manera de recrear la indumentaria tradicional charra adaptada al toreo para lucirla en La Glorieta, el escenario más bonito para poner en escena tanta belleza frente al auténtico orgullo charro, el rey, el toro que nace en las dehesas y se cría a la sombra de las encinas. En el aire, la ilusión, la ciencia y la paciencia ganadera que amasa sin tiempo y sin prisa el secreto de la bravura que quedó diluido en el agua que caía levemente, sin pedir permiso, apagando la expectación de los tendidos.
Dos toreros de la tierra, uno de madera noble y dura; otro de elegante y sobrio cántico capaz de convocar a la madrugada, de llamar al sol por su nombre y dibujar un arco iris cuando ya todo era lluvia y desierto. Castaño y Gallo, desafío.
Dos toreros de la tierra, el tesón la firmeza de Javier Castaño, que nunca vuelve la cara; la clase y la voluntad de Gallo, y seis ganaderos, siete, que se fueron con las manos vacías y el alma empapada
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Pero la tarde se puso gris plomo, gris y plata, porque fueron de plata y de ley los destellos del desafío en una tarde en que el precio del oro se puso caro, casi imposible, frente a los seis toros del campo charro, los seis hierros que fueron siete, el albero como la arena del desierto, desierto el premio, vacío de contenido el desafío ?que más que desafío fue duelo y silencio, ovaciones, intenciones y poco más-, transformando en desafío la crónica, el detalle, este espacio en blanco que es ahora la pantalla del ordenador para cantar, contar la tarde de los colores que fue a la postre gris y lluvia aunque se posase el arco iris sobre La Glorieta con el último sol.
Dos toreros de la tierra, el tesón la firmeza de Javier Castaño, que nunca vuelve la cara; la clase y la voluntad de Gallo, y seis ganaderos, siete, que se fueron con las manos vacías y el alma empapada en decepciones en una tarde en la que hasta el cielo se puso a la contra, disfrazando septiembre de otoño prematuro y lluvia.
Seis, siete ganaderos que jugaban a una carta su orgullo, la estirpe de sus bravos que lucieron bonitos armazones sin fuerza ni alma en la tarde gris que salvó el arco iris mientras Gallo toreaba de forma cadenciosa al de Valdefresno que a la postre fue el mejor del encierro, el oasis en el desierto bajo la lluvia.
Desierto. El trofeo Manolo Chopera al mejor toro quedó desierto en una tarde que fue un auténtico desierto aunque lloviese agua bendita para el campo.