Entendida en ese sentido, porneia era simplemente falta de amor personal, de fidelidad gozosa, de compromiso de convivencia, no por ley, sino por gozo y despliegue emocionado de vida.
El Dios cristiano quiere y pide que los hombres se amen, de diversas formas, una de las cuales, quizá la más intensa en este mundo es el matrimonio, entendido como responsabilidad y gozo en el descubrimiento compartido de la vida y, normalmente, en la expansión de la misma vida. Así lo presenté hace tiempo en un libro titulado de Palabras de Amor (Desclée de Brouwer, Bilbao 2007).
Así quiero volver a presentarlo ahora, después de la postal larguísima de ayer sobre las razones y sentido del divorcio. Hablo básicamente del matrimonio heterosexual, abierto en principio a los hijos. Pero lo que digo puede y de aplicarse a otros tipos de vinculación personal, que pueden llamarse también matrimonio (por ejemplo en línea homosexual), tema que queda así abierto.
Principio
La literatura europea, desde el siglo XII hasta el romanticismo, apenas había cantado el amor matrimonial: le ha interesado el proceso de enamoramiento, el culto a la dama, el donjuanismo, las relaciones de carácter imposible, el adulterio. Tan pronto como se iniciaba el matrimonio parece que la historia de amor muere y sólo sigue la prosa de la vida. Pues bien, ahora, a principios del siglo XXI, nos hallamos ante una situación muy distinta, con rasgos de fin de período (¡algo acaba!), pero también de nuevo comienzo.
En principio, la institución del matrimonio se encuentra ante una situación muy favorable, por dos razones básicas:
(1) El matrimonio no es ya una imposición; hombres y mujeres pueden vivir su amor y llenar su apetencia sexual y social de otras maneras. Por eso, en principio, el matrimonio ya no es necesario, ni siquiera para la procreación de los hijos (por más conveniente que pueda ser). Las mujeres han alcanzado en muchos lugares la madurez y autonomía personal, no necesitan casarse para tener un lugar en el mundo. Los homosexuales pueden expresar su amor de otras formas, sin necesidad de fijarse sólo en el modelo del matrimonio heterosexual.
(2) El matrimonio es una experiencia de vinculación libre y personal, entre seres que son iguales y que podrían optar por otras formas de relación sexual y humana. No es simplemente convivencia de dos, sino deseo y promesa de mantener esa relación. El matrimonio no es sólo cuestión de sexo, o de conveniencia social (económica), sino expresión del deseo del corazón y del entendimiento, de la voluntad y el compromiso de la vida.
(3) El matrimonio sigue siendo el lugar privilegiado, pero no único, de la paternidad y maternidad, entendida ya de manera responsable, como efecto de un deseo y compromiso común del varón y la mujer. Por eso, más que hablar en tonos de lamentación, más que evocar crisis y condenas, como algunas veces hace, la iglesia debería presentar ante los hombres y mujeres la belleza y valor del matrimonio, como ideal de vida, campo espacio de encuentro y realización íntima de dos personas.
Elementos.
Ahora que el matrimonio no es ya "necesario" (al menos en ciertos lugares del mundo) puede y debe desarrollar de una manera más intensa sus valores. Éstos son sus rasgos principales del matrimonio o amor de pareja entre dos seres humanos:
1. Enamoramiento. Frente a quienes intentan apoyarlo en otros presupuestos, el matrimonio sólo puede fundarse en el enamora¬miento, con todo lo que implica de deseo, de pasión y encuentro interhumano.
No existe matrimonio sin conversación de cuerpos, sin amistad de personas, sin la satisfacción y la exigencia (las tareas) de la vida compartida. Mirado de esa forma, el matrimonio ratifica el carácter personal (total) del amor de dos personas, que se comprometen a vivir en compañía, en un camino normlmente abierto al despliegue de la vida (es decir, a la generación de hijos).
2. Compromiso personal. En otros tiempos, el matrimonio sólo realizarse casi más por conveniencias sociales que por opción y voluntad positiva de los esposos. Pues bien, con los cambios sociales de la modernidad y con la liberación económica, social y sexual de la mujer, el matrimonio puede y debe estabilizarse como un compromiso libre de convivencia entre entre personas que podrían vivir sin casarse.
Ya no es una necesidad, como podía ser antes, sino el resultado de una elección libre, de una personal. Un hombre y una mujer se atreven a ofrecerse una palabra de alianza para siempre, con todo lo que implica de fidelidad y comunión de vida.
3. Hondura religiosa. Por su fidelidad personal, por su amor mutuo y por su capacidad creadora (que se expresa en forma de paternidad/maternidad), para los cristianos, el matrimonio se define en perspectiva religiosa, como un sacramento del amor divino, signo de la Trinidad y de la iglesia, lugar donde el eros y el agapé se vinculan de forma inseparable.
«En una perspectiva fundada en la creación, el eros orienta al hombre hacia el matrimonio, un vínculo marcado por su carácter único y definitivo; así, y sólo así, se realiza su destino íntimo. A la imagen del Dios monoteísta corresponde el matrimonio monógamo. El matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en el icono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa, el modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano. Esta estrecha relación entre eros y matrimonio que presenta la Biblia no tiene prácticamente paralelo alguno en la literatura fuera de ella» (así lo dijo el Papa BENEDICTO XVI, Dios es amor 11).Teniendo eso en cuenta se pueden evocar las cuatro funcio¬nes principales del matrimonio cristiano.
El matrimonio cristiana visibiliza el amor de Jesucristo.
Por eso es sacramento para los creyentes, lugar de presencia del misterio. El amor del matrimonio aparece así como signo de Jesús: es un reflejo de su ternura y compasión, de su confianza, su fidelidad, su donación hasta la muerte. Allí donde un hombre y una mujer se aman de manera intensa, en actitud de entrega definitiva y creadora, se vuelve transparente la actitud del Cristo.
Ciertamente, Jesús no se ha casado (celibato), no ha vivido la experiencia de un enamoramiento cultivado en forma de vinculación interhumana; sin embargo, toda su conducta está marcada por su entrega fiel hacia los hombres; por eso puede ofrecer un modelo y sentido de vida para los casados. Esto significa que la verdad de aquello que realiza el matrimonio, como alianza libre, entrega mutua y existencia compartida, es un signo del Reino de Jesús (Ef 5) o, incluso, del mismo Dios cristiano.
Ciertamente, Dios desborda y sobrepasa todos los niveles del encuentro personal entre los hombres. Pero su amor se expresa y humaniza allí donde dos personas comparten su existencia. Cuando los viejos mitos del oriente interpretaban el principio de las cosas como una unión hierogámica* dios-diosa estaban expresando algo que sigue siendo básico en la iglesia cristiana, aunque quizá no se valoraba de manera adecuada a las personas.
En esa línea he querido presentar aquí este pequeño manifiesto en favor del matrimonio cristiano, como un sacramento, es decir, como una forma privilegidada de vivir el evangelio en compañía.
((He tratado del tema como he dicho en Palabras de Amor; pero lo he desarrollado de manera más precisa en La Familia en la Biblia, Verbo Divino, Estella 2014).