OPINIóN
Actualizado 11/09/2015
Juan Robles

Estamos en las fiestas de septiembre de la ciudad de Salamanca, en las que de algún modo participan también los pueblos de la provincia, al menos los más cercanos y los de mayor relieve. En efecto, estas fiestas del fin de verano tenían bastante sentido cuando en nuestro ámbito rural se celebraba el final de la cosecha y la vuelta a la normalidad propia del otoño y preparatoria de la sementera y del invierno. Aún queda alguna evocación en nuestra querida feria agraria, que prepara y ofrece la Diputación Provincial.

Como en otros tiempos, las celebraciones comenzaban, y todavía comienzan hoy, con la celebración religiosa de la Virgen de la Vega, título que expresa entre nosotros la celebración universal de la Natividad o el nacimiento de la Virgen, la madre de Jesús de Nazaret, y en otro sentido también nuestra madre.

Las fiestas de la Virgen de la Vega se mantienen con toda solemnidad, empezando por la notable novena compartida, y siguiendo por el ofertorio u ofrenda floral de las vísperas festivas. Y, por supuesto, la concurrida celebración eucarística en la catedral nueva, donde el espacio se abre a una mayor cantidad de gente que en la sede de la Virgen, la catedral vieja.

La víspera nos brindaba una buena presentación de fuegos artificiales, seguidos por una gran multitud de personas que acudieron a contemplarlos. Y luego una concurrida fiesta musical en la Plaza mayor, donde no cabía un alma, y algunos tuvimos que pasar de largo porque estaban cerrados los accesos por el exceso del personal asistente.

Éstas y otras manifestaciones festivas de carácter superior no borran la sensación de tener unas fiestas cargadas de pequeñas celebraciones de carácter menor. Daría la impresión de que no acabamos de superar las restricciones propias de los tiempos de crisis.

Empezando por un cabaret no apto para todos los públicos, ni tampoco de calidad, de altura, como se daban en otros tiempos. Y multitud de manifestaciones de calle, y los conciertos ordinarios de la Plaza Mayor, y algún otro que se podía considerar de mayor altura, como la intervención en el Liceo del cantante Luis Eduardo Aute, ya un tanto trasnochado para los que lo escuchábamos hace más de 30 años, en los ámbitos de la movida madrileña.

Las manifestaciones teatrales son también de carácter menor, no como aquellas famosas representaciones que no hace demasiados años todavía acudían a nuestros teatros.

No digamos nada de la ordinariez, por no decir otra cosa, que convierte a nuestras calles y plazas en charinguitos de mal gusto y deficiente limpieza, para proporcionar unos pinchos y bebidas que los mismos bares y restaurantes que montan las respectivas casetas podrían ofrecer en sus permanentes establecimientos. Claro que entrar a tomar un vino o una cerveza en un bar corriente o en un restaurante normal exige vencer la inercia de quien circula por las calles en estos días festivos, mientras que la oferta consumista presentada en las rúas salmantinas invita más a rascarse la cartera y pasar largos ratos charlando y papeando en medio de los maravillosos edificios y monumentos de nuestra preciosa ciudad.

A mí particularmente me da la impresión de que nos encontramos ante unas fiestas con rebajas, que apenas nos sacan de la rutina de los días para permitirnos romper con las prácticas ordinarias, justo en el momento en que nos preparamos ya para comenzar inmediatamente los múltiples cursos que se ofrecen en nuestras escuelas, colegios y universidades.

Que el espíritu de la Virgen de la Vega eleve la condición humana de los habitantes de esta bella e histórica ciudad de Salamanca. Que no queden sólo celestinas, lazarillos, cuevas de Salamanca y similares tradiciones de semejante calaña. Mientras tanto, divirtámonos cada uno como Dios nos dé a entender, y pongamos a contribución todo aquello que podamos ofrecer a los demás por nuestra parte.

Fotografía: Susana Maldonado

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