Mientras se va agotando la legislatura, no estaría mal repensar algunos términos claves del nuevo vocabulario político. Algunos no sólo se han apropiado de "lo común" sino que además se sienten propietarios del "bien común". No solo se apropian del pueblo, la gente sencilla y honrada, sino que además se sienten portavoces de la "gente común". ¿Quién les ha concedido esa licencia? ¿no deberíamos rescatar el bien común de su uso partidista?Los grupos políticos instalados en la órbita de Podemos, Compromis y las nuevas izquierdas en general, han descubierto aquí un fuente de inspiración exitosa. No estamos ante una reivindicación de la que se han apropiado después de las movilizaciones del 15M, se trata de una energía de cambio que se está multiplicando gracias a la globalización y que supone una transformación de los mimbres de la cultura política. Aunque no lo reconocen públicamente, la recuperación del concepto está siendo liderada por el catolicismo social que reconstruye sus fuentes en textos que van desde el Vaticano II hasta el Papa Francisco. Además, recoge la reconstrucción del concepto que hizo Ricardo Petrella en un libro publicado en 1997 y que llevaba por título El bien común. Elogio de la solidaridad. No olvidemos tampoco que, estimulados por Stefano Zamagni, cada vez son más los economistas que promueven una "Economía del bien común".
Ante esta apropiación indebida de un concepto útil para promover la justicia social (bien de "todos") y proteger la libertad personal (bien de "cada uno"), el resto de partidos deberían ponerse las pilas y articular institucionalmente la cultura política que les están exigiendo los ciudadanos que todavía les votan. Para eso, los miembros del PP y Ciudadanos deberían reconocer que sus votantes son menos individualistas y egoístas de lo que ellos se creen. Se equivocan quienes simplifican el problema y piden más individuo o más estado. Aciertan quienes lo buscan cooperativamente como sociedad civil organizada