Todavía resuenan los ecos de los exiliados de Siria y su bloqueo en la estación de Budapest, o los que están deambulando por numerosos países del mediterráneo y los Balcanes. Nos asombra la descoordinación de Europa y su falta de respuesta ante los problemas más graves y extremos. Pero no sale en la mayoría de la prensa la situación de muchas mujeres en Irak, desde 2014 han sufrido dos oleadas de desplazamientos. La primera a manos de un antiguo jefe del gobierno Al-Maliki que bombardeó a la población civil en la zona Al-Anbar, causando la huida masiva de numerosas familias, hoy todavía dispersas y a la intemperie. La segunda ha tenido lugar en Nínive, donde yazidíes, cristianos y musulmanes chiíes y suníes, han tenido que huir de sus casas y de otras provincias debido a las atrocidades del Estado Islámico. Las atrocidades cometidas son conocidas, pero han sido contra las mujeres las más macabras, llegándolas a convertir en víctimas esclavas; médicas, periodistas, abogadas o profesoras, han sido ejecutadas por el mero hecho de negarse a acatar las oscuras pautas de los elementos terroristas del Estado Islámico.
Entre tantas fronteras y desplazamientos de personas, tan importantes como los de la II Guerra Mundial, lejos quedan aquellos pronósticos del filósofo Kant, que proyectaba en su obra la Idea de una historia universal en sentido cosmopolita, una unión perfecta de la especie humana a través de una ciudadanía común, que sería algo así como el designio supremo de la Naturaleza. La superficie de la tierra debería ser nuestra "casa común", ninguno de nosotros tiene más derecho a ocuparla que cualquier otro miembro de la especie humana. Kant propugnaba desde la razón, una ética de la hospitalidad, como primera regla de conducta en nuestra casa común. Pero, quién hace caso a los filósofos, doscientos años después ha quedado sobre el papel y en las placas conmemorativas de los poderes políticos, que levantan muros y barreras, incluso en los mares, vigiladas por guardianes fuertemente armados. Ya no quedan tierras vírgenes, todas están ocupadas, aunque estén vacías. Por lo tanto, cualquier desplazado más que ciudadano de la casa común, es apátrida o sin papeles, entre tantas barreras y vallas que separan a los hombres del mundo, arrojados a muchos no sólo más allá de sus hogares, sino de las leyes humanas y divinas. Son los que no cuentan, que podemos ser cualquiera, al no contar, incluso puede ser destruidos más allá de toda objetivación ética o religiosa.
En estos días se reúne la Comunidad Económica con el fin de consensuar una estrategia común después de esta sensación de caos y medidas de contención, rozando la falta de humanidad. Es hora de responder de forma madura y con gestos de compasión y humanitarios y sobre todo revisar su legislación migratoria. Pero los desplazamientos y la llegada de personas de un país a otro, no sólo es un problema de Europa, es un problema global, de la casa común. No nos engañemos, no se pueden dar soluciones locales a problemas globales o planetarios, y las únicas que tenemos son soluciones locales. Esta tendencia local de reducir el asilo político y de no permitir la entrada a inmigrantes por necesidades económicas, no es una nueva estrategia política, es la ausencia de toda estrategia respecto a los refugiados y una vergüenza para los ciudadanos que impotentes salen a la calle a dar comida y ropa, incluso aplaudir a los recién llegados. Muchos de los políticos llegaron acusar de "quita columna" del terrorismo internacional a muchos de los llegados a nuestras fronteras, incluso muchos países les han privado de muchos de sus derechos.
Como hemos comprobado estos días los refugiados no cambian de lugar, pierden sus hogares, su tierra y, son transportados a la "nada", a la deriva sin un lugar y puerto donde arribar. Incluso llegan a tierra hostil, como hemos comprobado estos días por grupos incontrolados y racistas llevados por la mentalidad del miedo que provoca la precariedad humana. No sólo es Siria e Irak, no podemos olvidar los desplazados Burundi y Sri Lanka, Colombia y Angola, Sudán y Afganistán, condenados a una vida errante por las interminables guerras tribales y encerrados en campos de refugiados en una "transitoriedad congelada". Como apuntaba Kant, la humanidad global será el paso más importante que el hombre podría dar en nuestro planeta, este solo puede ser posible en la era de la globalización.
Una ética para nuestros tiempos, no puede ser sólo elaborada desde la mera razón, debe entrar en juego la sensibilidad, como ha formulado sabiamente Levinas. En ella no podemos pasar por alto la dignidad, los derechos, el dolor de la persona humana o la muerte de un niño en la orilla de la playa. Aquí no valen los discursos racionales, o el imperativo categórico, cuenta principalmente la apertura en el encuentro con otro o con los otros. Es en el rostro del otro, aún alejado, en el rostro de su sufrimiento y de sus frustración donde produce la epifanía del encuentro con el Otro. Donde se supera la identidad y se marca la diferencia, allí se afirma al Otro y allí está Dios.
Desde la sensibilidad entendemos las palabras de Jesús "se me conmueven las entrañas al ver a esta gente" (Mt. 8, 2). Esta sensibilidad visceral, lo más entrañable que puede experimentar el ser humano, aparece también como expresión en algunas parábolas de Jesús, como en el padre que se encuentra con su hijo extraviado, o en el buen samaritano. La sensibilidad de Jesús no toleraba el sufrimiento ajeno, así le pasó con los ciegos, leprosos, la viudas, los moribundos o los hambrientos. La sensibilidad no está quieta ante el dolor y la desgracia, las escenas de la semana pasada en las fronteras, de los muertos en el mar, del cuerpo de Aylan en la playa, nos hacen gritar "se nos conmueven las entrañas al ver a esa gente" ¿Qué pasaría si los Europeos un día gritásemos ya está bien de fronteras, de violencia, de dolor y sufrimiento en África? No me preocupa lo que podemos hacer, sino lo que podemos dejar de hacer.
¿Volver? Vuelva el que tenga,
tras largos años, tras un largo viaje,
cansancio del camino y la codicia
de su tierra, su casa, sus amigos,
del amor que al regreso fiel le espere.
Mas, ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas,
dino seguir libre adelante,
disponible por siempre, mozo o viejo,
sin hijo que te busque, como a Ulises,
sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.
Sigue, sigue adelante y no regreses,
fiel hasta el fin del camino y tu vida,
no eches de menos un destino más fácil,
tus pies sobre la tierra antes no hollada,
tus ojos frente a lo antes nunca visto.
Luis Cernuda de Desolación de la quimera