OPINIóN
Actualizado 07/09/2015
Rubén Martín Vaquero

¡Viva la farsa!

Ella entendió, como nadie, que en los azares de las tragicomedias que nos han tocado en la sociedad de nuestro tiempo, todos creemos pisar bien las tablas e interpretar los papeles que queremos, o que podemos, o que nos han asignado (siempre breves y sin posibilidad de un bis), antes de hacer mutis y desaparecer entre silenciosas indiferencias.

Pobres sombras chinescas debutando en el teatro de la vida entre tanto apuntador, empeñadas en trascender jugando a guardias o a ladrones; a ángeles o a demonios; a ganadores o a perdedores; a sublimes o a miserables.

Debe se divertido contemplar la función de millones de hologramas, donde unos se estiran satisfechos, otros reniegan del libreto que les ha correspondido en la tómbola del destino, y los más lo aceptan resignados creyendo que la rutina les hará inmortales.

Quizá algunos figurantes consigan sorprender a los espectadores si en un receso del comedión melodramático se apartan entre bastidores a reírse y a gritar: ¡Más madera! ¡Más madera!

¿Habrá alguien que sepa a qué directores de escena estamos entreteniendo? 

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