¡Viva la farsa!
Ella entendió, como nadie, que en los azares de las tragicomedias que nos han tocado en la sociedad de nuestro tiempo, todos creemos pisar bien las tablas e interpretar los papeles que queremos, o que podemos, o que nos han asignado (siempre breves y sin posibilidad de un bis), antes de hacer mutis y desaparecer entre silenciosas indiferencias.
Pobres sombras chinescas debutando en el teatro de la vida entre tanto apuntador, empeñadas en trascender jugando a guardias o a ladrones; a ángeles o a demonios; a ganadores o a perdedores; a sublimes o a miserables.
Debe se divertido contemplar la función de millones de hologramas, donde unos se estiran satisfechos, otros reniegan del libreto que les ha correspondido en la tómbola del destino, y los más lo aceptan resignados creyendo que la rutina les hará inmortales.
Quizá algunos figurantes consigan sorprender a los espectadores si en un receso del comedión melodramático se apartan entre bastidores a reírse y a gritar: ¡Más madera! ¡Más madera!
¿Habrá alguien que sepa a qué directores de escena estamos entreteniendo?